miércoles, 18 de noviembre de 2020

Qué mal entendemos la estadística, y qué bien lo del pecado

Al principio de esta segunda ola de la pandemia, cuando empezaron los primeros brotes en Euskadi, un probo ciudadano compartía con el periodista que le entrevistaba su asombro porque en un merendero se hubiera producido un brote: “este es un sitio de familias -decía- no de contagio”. Encantador. 


Cuando en Madrid se desató la segunda ola, los responsables políticos se hartaron de decir que era cosa de los jóvenes y de sus fiestas descontroladas. Estos días vemos a los hosteleros protestar afirmando, con toda razón, que ellos “no tienen la culpa” y que no merecen que se les cierre.

Ni las familias del merendero, ni los jóvenes, ni los hosteleros tienen la culpa; claro que no. De hecho nadie tiene la culpa, al menos nadie que merezca el castigo de enfermar o de que le arruinen el negocio. ¿Entonces? Si no tienen culpa, ¿por qué se les castiga?.

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