lunes, 28 de febrero de 2022

Sobredosis de momentos históricos

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Me gusta la historia, pero en los libros: los clásicos latinos, de los que nos diferenciamos tan poco; el medievo, apasionante pero estúpidamente despreciado o la Ilustración, con sus grandes descubrimientos científicos y geográficos que ampliaron la mente y achicaron el mundo.

Me tocó vivir la muerte de Franco (nos dieron libre) y la Transición que hoy se desprecia hablando del “régimen del 78” como si hubiera habido uno mejor. He visto en directo dos golpes de Estado, uno en el Congreso y otro en el Capitolio.

He vivido el final de terrorismo vasco pero padecí demasiado cerca todo el horror que vino antes de aquella rueda de prensa de hace una ya década (en efecto, no fue ayer por la tarde). Las torres gemelas las vi caer en la tele de un bar de Bilbao y los trenes de Atocha reventados en otra de una ciudad del sur de Francia.

Recuerdo algunas guerras, no todas. La de Vietnam la escuchaba de chaval en “el parte” antes de verla en Apocalipse Now. No olvido la de antigua Yugoslavia y los horrores inimaginables que nos relataron. Recuerdo también los pozos de Irak ardiendo y el hundimiento del General Belgrano con cientos de soldados argentinos muertos en el mar helado de las Malvinas.

Después de miles de años tranquilo, va un volcán y erupciona. Hoy todavía salgo con mascarilla por culpa de una maldita pandemia que cambió el planeta entero y ahora resulta que voy a asistir, espantado, a otra guerra en Europa, muy cerca de Chernóbil, en la que se puede jugar con armas nucleares.

Estoy cansado de vivir tantos momentos históricos. Preferiría quedarme con el día (histórico solo para mí) en que mandé mi primer correo electrónico o aquel en el que un amigo me mandó un mensaje que apareció mágica y sorprendentemente en mi Nokia.

Supongo que no me puedo quejar, comparando con lo que vivieron mis padres y mis abuelos, pero siento que tengo sobredosis de historia. Que ya está bien.





lunes, 21 de febrero de 2022

El extraño caso extremeño

  Tiempo de lectura 2 min


En medio de una bronca política permanente, que estos días vive un episodio especialmente vergonzoso con la erupción explosiva del volcán de odios y e inquinas dentro del PP, cuando la opinión pública ya toma como normal que lo que importe en política sea cualquier cosa menos la vida y las necesidades de los ciudadanos resulta que, en Extremadura, políticos y ciudadanos de dos municipios separados por siglos, y por 4 km, han decidido en referéndum que van a unirse para ser un solo pueblo. Bueno, una ciudad, la tercera en población de la Comunidad a partir de ahora.

La cosa es tan asombrosa que hasta encargaron un estudio a la Universidad de Extremadura sobre la viabilidad económica de la fusión ¿cuándo se ha visto que la fría razón analizada por una institución académica se imponga a la cálida identidad del clan propio? Ni nombre tienen para la nueva ciudad y hasta para eso han llamado a expertos cronistas, a la Universidad (qué manía) y a la pérfida Real Academia Española. ¡Una locura!

Pero, agárrense que hay más: los dos alcaldes que decidieron impulsar la iniciativa han acordado que ninguno de ellos será alcalde del nuevo municipio. Increíble, una auténtica rareza política: gente honrada renunciando al cargo solo porque piensen que es mejor para sus vecinos. Prodigioso, una utopía, un oasis de cordura en medio del desierto de esa contienda constante que nos asola. 

Si resulta asombroso en general, más lo es -se lo aseguro- para los vascos de mi generación, que hemos visto escindirse municipios pequeños en otros menores aún, apelando a “la libertad de los pueblos” y que hemos llegado a sospechar si la escalera de vecindad no sería el auténtico “marco autónomo de la lucha de clases”.

Estos extremeños están resultando gente tan razonable y cabal que al final se van a merecer que les pongan un tren ¿verdad…pariente?




lunes, 14 de febrero de 2022

¿Por qué fallan tanto las previsiones?

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El resultado de las elecciones en Castilla y León en nada se parece al que tenía previsto inicialmente Mañueco cuando se avino a convocarlas. Cierto que sondeos posteriores ya fueron avisando de cómo iba cambiando la cosa, pero los iniciales, los que despertaron el entusiasmo táctico de los populares, se equivocaron notablemente. 

En Portugal el partido de Antonio Costa obtuvo en enero mayoría absoluta mientras todas las encuestas preveían un empate técnico. No fue un error pequeño. En España ninguna encuesta supo adelantar tampoco el excelente resultado de Vox en Andalucía o el bombazo de Ayuso en Madrid.

Si piensa usted que la razón es que todos son unos sinvergüenzas manipuladores no siga leyendo y quédese con su confortable certeza, no quiero incomodarle. Pero es que no pasa solo en el ámbito electoral, siempre tan cargado de adrenalina y cortisol, sino que el error se extiende a otros estudios a partir de los que se construyen muchas decisiones importantes.

El Banco Central Europeo insistía en enero en que los altos tipos de interés se debían a causas transitorias. Ahora resulta que la inflación, que decían coyuntural ha sorprendido a todos y ya nadie promete nada. Nuestro Banco de España avisaba ante la anterior subida del SMI de una pérdida de 100.000 empleos. Afortunadamente se equivocó y el paro bajó en 800.000 personas en 2021.

No es una buena noticia que nuestros expertos nos tengan tan ciegos, porque sus estudios son herramientas muy valiosas y, por lo que se ve, empiezan a dar signos de desgaste. Puede que todo esté cambiando a tal velocidad que les sobrepase pero algo habrá que hacer para que nuestros sistemas de exploración de la realidad no presenten errores tan constantes y tan graves. Tantos datos como circulan por ahí de nosotros ¿por qué no se usan para algo más que para vendernos cosas? De momento el INE acaba de eliminar los reproductores de DVD del listado de productos que sirve para calcular el IPC. La pregunta es ¿qué hacían ahí a estas alturas?




lunes, 7 de febrero de 2022

Ya no se puede contar con el Congreso

 Tiempo de lectura 1:45 min


Por fin se alcanzó la cumbre de la ineptitud culpable que la política ha venido adoptando desde 2011. Muerto el odiado y ya olvidado bipartidismo, la nueva política que iba a traer transversalidad y frescura lo que ha traído han sido trincheras y desfachatez.

El tema más importante de toda la legislatura, el primer acuerdo en 30 años entre empresarios y trabajadores, vinculado a los fondos europeos que necesitamos como el comer, salió adelante en una votación que da mucha vergüenza ajena. Se trataba de convalidar el enorme esfuerzo hecho por una parte de la sociedad civil a la que la propia Constitución reconoce como agente básico de la democracia (Art. 37), pero no. No fueron capaces de entender que el jueves tocaba reconocer que no toda la política la hacen ellos. 

El purismo inmaculado de unos, los intereses tácticos de otros, la venenosísima idea de ilegitimidad del contrario y el olvido deliberado de que hay una sociedad civil ahí fuera se juntaron para vergüenza de quienes solemos seguir las cosas de la política. De ser cierto que hubo una jugada oculta por debajo del escaño con los diputados de UPN, el espectáculo vergonzoso de la votación quedaría completado con una nueva indignidad de truhanes.

Lo peor del resultado final es que ya sabemos que no podemos contar con el Congreso, porque allí les importa sobre todo su espectáculo, no nuestra vida. Lo han demostrado. El objetivo único de cada declaración y de cada voto es alimentar su adicción por la bronca y para eso todo les vale, todo menos escuchar y atender lo que la ciudadanía necesita. Por eso hasta convocan las elecciones cuando creen que les conviene a ellos, no a nosotros. Y todo lo hacen sin disimulo alguno, como quien ha olvidado para qué estaba ahí. Va a ser eso.