martes, 25 de mayo de 2021

La izquierda que ya no habla a las ovejas

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Hace tiempo que la izquierda ha dejado de emitir mensajes políticos para un amplio segmento de población al que parece considerar si no un privilegiado, sí al menos alguien sin problemas que merezcan atención alguna. Puede que incluso se trate de una parte más pequeña de la población de lo que ella misma cree, pero la realidad es que es un sector social que sigue existiendo y que, además, suele votar cívica y disciplinadamente.

No es fácil de definirlo porque sus características son muy variables en cuanto a economía, distribución territorial, nivel cultural, e incluso relación laboral o empresarial. Estoy hablando de gentes que no viven en la pobreza, pero que tampoco disponen de las oportunidades y grandes colchones económicos de las élites. Trabajan con asiduidad pero nada les garantiza quedar libres del paro o de que sus pequeños negocios quiebren.

Son gentes con viviendas muy variadas, dependiendo del nivel que tienen y del que tuvieron sus padres y abuelos, pero en general dotadas de las comodidades habituales y sin grandes carencias. Compran sin derrochar y pagan sus impuestos con normalidad, los de consumo, el IRPF y, en su caso, sociedades. No se trata de cantidades escandalosas, pero sí apreciables para sus economías familiares muy medianas. De hecho, sostienen el grueso de la recaudación general.

Son mujeres no maltratadas y varones blancos heterosexuales no maltratadores. A veces con hijos en común a los que atienden superando las dificultades que todos los hijos e hijas ponen siempre, pero no más. Hijos en los que pusieron unas esperanzas que -inquietos- ven ahora tambalearse, cuando no evaporarse. No tienen pensado cambiarse de sexo y todas sus generaciones anteriores que recuerdan son españolas, posiblemente con abuelos o bisabuelos que estuvieron en ambos bandos de aquella guerra. De algunos de ellos no se habló más en la familia, pero tampoco quieren meterse a remover cunetas.

Entre estas gentes las hay de la más variada composición ideológica pero se suelen comportar siempre con civismo y cuando se sienten privilegiados es más por omisión, al ver por comparación, que no han sufrido ninguna desgracia lacerante y destructora como las que ven cada día en los medios, pero en general no sienten que vivan en ningún paraíso de privilegios. Algunos porque les cuesta mucho llegar a fin de mes, otros, que sí llegan, porque la incertidumbre sobre el futuro suyo y de sus hijos les inquieta. La mayoría, por ambas cosas.

Estas gentes son raras en el discurso público de la izquierda, hace tiempo que ya no encajan en el modelo tradicional de obrero industrial al que, por otra parte, tampoco se le hace demasiado caso ya. No pueden presentarse como víctimas de nada que no sea la propia vida, que siempre nos daña a todos. Pero en cualquier caso nada que pueda elevarles a la condición de merecedores de especial y urgente atención pública. Por eso no la tienen.

Hay quien les llama clase media, apelando solo a lo económico pero son también medios en lo ideológico, en lo sentimental, en lo social y en lo laboral. Alejados de los extremos, se hacen invisibles, pero lo cierto es que existen y que sobre estas gentes recae buen parte del tejido económico y se sustenta la propia democracia. Su “normalidad” les ha apartado de todos los focos de la izquierda, más dirigidos a los dramáticos extremos de la sociedad, y ahí están, sin que nadie les interpele y cuando raramente se hace, lo es en forma de reproche más o menos velado.

San Lucas no lo pudo expresar mejor: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra?” Lucas (15, 3-7). Solo que el evangelista, al que parece haber leído con gran provecho esa izquierda renovada, no dijo nada de cuántas de las noventa y nueve ovejas que abandonaba en el campo tan vez no estuviesen ya a su alegre regreso con la perdida.

Si le ha parecido interesante esta reflexión pero no es usted muy de los evangelios, también puede leer “La traición progresista”, de Alejo Schapire.