Caroline Lowell era una mujer australiana que durante mucho tiempo luchó para lograr que las mujeres pudieran parir en su casa, lejos de los ambientes hospitalarios. Hace unos días murió precisamente en su casa, de una hemorragia durante el parto. Tenía 36 años.
Se extiende la costumbre de no vacunar a los niños y leo que solo en Madrid durante 2011 se diagnosticaron 588 casos de sarampión, muchos más que los 29 del año anterior. La tos ferina ha pasado allí de 1,56 casos por cada 100 mil habitantes a 5,5 (un incremento de más del 250%). Cierto es que muere poca gente de parto en casa o de estas enfermedades, que se consideraban prácticamente erradicadas, pero también es cierto que esa estadística no consolará a los familiares de la señora Lowell ni a los de los demás fallecidos.
El enorme éxito de la ciencia, de la tecnología y de una medicina accesible nos ha hecho creer que la buena salud es no solo algo normal sino también fácil, y pronto hemos olvidado el dolor, el sufrimiento y la muerte que fueron lo natural durante milenios de historia de la humanidad, hasta que llegó en nuestro auxilio la ciencia con sus técnicas y sus "venenos".
Lo que sí percibimos con claridad son los inconvenientes de los fármacos y de la tecnología médica, tan avanzada que a menudo nos abruma y parece que nos robase el control sobre nueva propia vida. Hay un recelo lógico y por eso nos apuntamos enseguida a las terapias llamadas naturales o alternativas.
Seguramente el parto en casa es muy natural y desarrollar tus propias defensas enfrentándote a una enfermedad con toda su virulencia intacta es también natural pero que las mujeres y sus bebes mueran en los partos y los niños fallezcan de enfermedades contagiosas siempre ha sido de lo más natural. Siempre. Y no necesitan irse a la antigüedad: basta que pregunten a las abuelas. Ellas les dirán.
El riesgo cero no existe. Sólo vivir es arriesgado y las personas deben poder elegir su opción pero -eso si- con información, asumiendo los riesgos, sin engañosas seguridades, aceptando que la naturaleza no siempre se pone de nuestra parte y que morirse es una cosa de lo más natural.
Publicado en Danok Bizkaia el 10 de febrero de 2012
1 comentario:
Preguntas para su pediatra cuando le coaccione a vacunar a su hijo (derecho al consentimiento informado):
1. Enséñeme los estudios de doble ciego y contra placebo que demuestran la eficacia y seguridad de la vacuna que usted itnenta imponerle a mi hijo.
2. Enséñeme la base científica que le permite atribuir a las vacunas la menor incidencia de enferemedades infecciosas infantiles en cualquier parte del mundo.
3. Explique como justifica la seguridad de la vacuna si su farmacocinética de la misma (el estudio de su absorción, distribución, metabolismo y excreción) no se ha investigado en ningún estudio científico.
4. Justifique científicamente que inyectar a mi niño dosis de neurotóxicos (mercurio, aluminio...) superiores al límite de toxicidad admitido por la OMS no va a perjudicarle en su salud.
5. Enséñeme el análisis riesgo/beneficio que demuestre el menor peligro para la salud de los neurotóxicos de las vacunas frente al riesgo de la enfermedad que se pretende prevenir.
6. Justifique científicamente que atravesar la primera línea inmunitaria de las mucosas, inyectando los patógenos, es beneficioso para la inmunidad del niño y previene infecciones futuras.
7. Justifique cómo va a protejer su vacuna contra un virus que no se corresponde exactamente a la variante contra la que fué desarrollada la vacuna que recomienda.
Si su pediatra es incapaz de proporcionarle estas informaciones - que son por ley el derecho de todo paciente - no consienta y hágale firmar un documento donde conste su incapacidad de responderlas.
Ninguna persona, sana o enferma, puede ser obligada a someterse a tratamientos de dudosa necesidad cuya eficacia y efectos adversos son y desconocidos.
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