Recuerdo un gag de los insuperables Les Luthiers en el que explican las penurias familiares y añaden que tan mala situación empeoró “a causa del fallecimiento de un rico y cercano familiar…que tardaba en producirse”.
El gran Alfredo Di Stefano, a sus 86 años, está ahora envuelto en un asunto incómodo, en el que las informaciones se mezclan con los rumores por lo que no será fácil saber al fin la verdad. Lo cierto y demostrado es que el viejo futbolista manifiesta con la vehemencia de siempre que quiere casarse con su cuidadora y amiga: una mujer de 36 años. Y se sabe también que la familia del madridista ha reaccionado solicitado al juez que le incapacite debido al “deterioro evidente de sus facultades físicas e intelectuales” y también que el juzgado adopte “medidas cautelares en defensa de su patrimonio”.
Dijo don Alfredo al anunciar su boda que sabía que sus hijos estarían en contra, pero que es su vida. Replican éstos que todo lo hacen en defensa exclusiva del propio interés de su padre. Vaya usted a saber cuánto de amor y cuánto de codicia hay en todo esto.
Ahora que la ciencia y el acceso universal a la sanidad han incrementado la esperanza de vida en España hasta algo más de los 82 años es muy probable que historias como ésta empiecen a hacerse más habituales, sobre todo porque las personas mayores, con una salud y una calidad de vida impensables hace 40 ó 50 años y sabiendo que les queda mucho por hacer, no se van a resignar a esperar sentados y cubiertos con la toquilla a que pase el tiempo.
Ya no es sólo que tengan derecho, que lo tienen, es que además tienen tiempo y salud para vivir muchos años y no van a desaprovecharlos. Pocos lo harán pero menos aún aquellos cuya posición económica les permita tener más opciones que la mayoría. Y harán bien todos ellos.
La vida es siempre una buenísima noticia y si es con razonable salud, más aún. En estas condiciones sospecho que para quien vienen malos tiempos es para toda esa fauna que solía rodear a las personas mayores con posibles, se tratase de jóvenes “lagartas” deseosas de hacerse con el patrimonio del abuelo, de descendientes “buitres” ansiosos del momento del reparto, o incluso de “arañitas” administradoras de esas que van arramblando poco a poco con el patrimonio del antes indefenso administrado convertido ahora en dinámico veterano.
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