miércoles, 15 de octubre de 2008

“Ya lo decía yo” o la vanidad del pesimista

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Esta crisis que estamos viviendo y los innumerables comentarios y valoraciones que se hacen de ella me está permitiendo comprobar de nuevo la fuerza que entre nosotros tiene el pesimismo.

El pesimismo tiene, en efecto, un halo de credibilidad del que su contrario, el optimismo, carece por completo. Por alguna razón que no entiendo estamos más dispuestos a creer a quien nos da malas noticias que a quien nos las da buenas. Tal vez sea una derivación del miedo, de ese sentimiento humano que es a un tiempo protector y carcelero. Es posible que prepararnos para lo peor nos sirva para contentarnos con lo que tenemos y que por eso hagamos tanto caso a los agoreros. Quién sabe.

A la persona alegre, que confía en sí misma y en los demás, que siempre encuentra motivos de satisfacción y que afronta el futuro con esperanza la queremos. Nos gustan esas personas y su compañía. Parece natural que así sea. Pero que las apreciemos no impide que las consideremos un poco simples. El optimista es visto por los demás como ingenuo, como incauto e incluso a veces, como irresponsable y algo tontaina.

Nada que ver con el pesimista. El pesimista, para empezar, casi siempre habla muy serio. Muy en su papel de oráculo, lo que ya es un punto a su favor. Además, sus avisos nos conciernen directamente ya que las desgracias suelen ser colectivas. Los muy “profesionales” viven cargados de datos escalofriantes sobre el futuro y todos ellos, en general, manifiestan una opinión tan crítica con el mundo que les rodea que a todos nos parecen personas extraordinariamente informadas y clarividentes, al contrario que nosotros mismos que nos vemos en ese momento como estúpidos adormecidos frente a la realidad que se nos viene encima.

Precisamente su lema favorito es aquel de “un pesimista es un optimista bien informado”. Suena bien y refuerza su prestigio pero lo cierto es que los pesimistas suelen estar tan mal informados como cualquier otra persona, o peor, porque al ser tan reacios a admitir las buenas noticias su visión de la realidad casi siempre está fuertemente sesgada.

Da lo mismo que la realidad les contradiga, que los grandes Apocalipsis o las pequeñas desgracias cotidianas que nos anunciaron nunca se produzcan. Lo que sostiene su discurso es la propia negatividad, a la que tanto oído prestamos. Acertar es lo de menos, lo importante es pronosticar desgracias y proclamar la desconfianza eterna en el ser humano. Nuevos oráculos hacen olvidar los anteriores y una vez olvidados ¿quién los comprobará?

Esa es su mercancía y eso es lo que les compramos. Nada les arredra. Y cuando alguien les planta cara con información positiva reaccionan despreciando a su contrincante y dándose aires de perdonavidas.

También es cierto que los agoreros muy cerriles acaban cansando, pero aquellos que son cuidadosos con la dosis de hiel suelen mantener mucho tiempo la atención y, por supuesto, la autoridad sobre su público.

Los agoreros tienen su Paraíso, su Nirvana, su Walhalla en la desgracia. Cuando ésta se produce la satisfacción que experimentan no tiene parangón. Una sola mala noticia que se confirme les sirve para enterrar bajo ella todas las demás que anunciaron y que jamás se produjeron. Definitivamente ellos tenían razón.

Es evidente que una buena crisis, como la que vivimos, no pueden dejarla escapar. Por eso en periódicos y emisoras se desgañitan insistiendo en que ya lo dijeron. Comentaristas, tertulianos, economistas, periodistas y políticos se lanzan a reivindicar ahora su enorme capacidad de predicción: …todo el mundo lo veía…… el Gobierno negaba la evidencia… se dijo por activa y por pasiva…(no sé quién ni cuando inventó esa frasecita pero funciona de maravilla).

Tampoco sé cuántos de esos sesudos analistas de tertulias vendieron su piso el año pasado y se pusieron de alquiler ante la debacle inmobiliaria que ahora dicen que preveían. Desconozco cuántos de ellos rescataron sus planes de pensiones en 2006 para, aun perdiendo dinero, poder comprar oro, por ejemplo, sabedores como eran del colapso que se nos avecinaba y que el Gobierno se negaba tercamente a admitir. En todo caso a ninguno se lo he oído decir, y es raro porque esos datos avalarían irreprochablemente su posición.

Me indigna que los políticos del PP, tan clarividentes como insolidarios, no tuviesen la decencia de avisar confidencialmente de la llegada de este huracán económico, que tan claramente veían, a sus correligionarios Sr. Bush, Sra. Merkel o Sr. Sarkozi, obligándoles por su desidia a pasar ahora por un trago tan amargo.

Y, sin embargo, lo extraño es que contra toda evidencia seguimos alimentando la vanidad de los tristes. Aunque, como ahora, sepamos que mentían antes cuando anunciaron desgracias que no han llegado y mienten ahora cuando sostienen que dijeron que iba a pasar lo que está pasando.

Con esta crisis todos vamos a ser algo más pobres pero a ellos, a los agoreros, les quedará la satisfacción de decir “yo ya lo dije”, espero que eso les consuele cuando comprueben el saldo de su plan de pensiones.

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