viernes, 4 de noviembre de 2011

Política y felicidad

Escuchadas algunas de las quejas y reivindicaciones que menudearon con el movimiento de los indignados pensé que el evidente malestar social que expresaban tenía mucho que ver con la forma de comunicar la política.

Se ha convertido en algo general obviar, cuando no ocultar, las dificultades y problemas inherentes a cualquier acción o decisión política y sustituir esa incómoda complejidad por la simulación, contraria a toda realidad, de que se trata de decisiones sencillas, evidentes, indiscutibles y, sobre todo, sin otras consecuencias que las benéficas que se pretenden al proponerlas o adoptarlas. Nunca hay, ni puede haber, efectos secundarios. Todo es fácil y en consecuencia, sólo hay que acertar votando a quien propone que eso tan factible sea también lo que a uno le conviene que se haga.

Debo admitir que esta trampa resulta tentadoramente rentable desde el punto de vista electoral y muy del gusto, además, de la mayoría de los medios de comunicación, a los que la banalidad atrae como la miel a las moscas. Pero no por eso deja de ser una intolerable infantilización de la ciudadanía y una irresponsabilidad en quienes nos dedicamos a esto de la política. Una irresponsabilidad con consecuencias, por cierto.

Otro aspecto aún más venenoso de las tácticas de marketing político en uso es pretender inflar la importancia de la acción política, presentándola no como lo que es: reguladora de la convivencia, de los servicios y de los conflictos económicos y sociales, sino como nada menos que la causante y responsable de todo lo bueno y de todo lo malo que le pueda suceder a cada uno de los ciudadanos.

Esta pretensión, que seguramente sería exagerada incluso en un régimen totalitario de aquellos en los que el Estado anulaba por completo al individuo y sus opciones, deviene en quimera insostenible en una sociedad de libertades y de derecho. Sin embargo quimera delirante o irresponsable exageración, tal absurdo encuentra una asombrosa aceptación social.

Agobiados por la urgencia electoral, hemos hecho creer a la gente no que éramos responsables de las leyes y del Gobierno de la cosa pública sino que éramos responsables directos de su propia felicidad. Ahí es nada. Puede, como digo,  que tal cosa resultase atractiva para captar un votante impulsivo en plena campaña pero resulta evidente que colocaba el listón del éxito político a una altura metafísicamente inalcanzable. Nadie puede garantizarme mi felicidad, ni yo mismo, ni mucho menos mis representantes políticos.

La combinación de ambas tácticas: banalizar las decisiones políticas y sus consecuencias mientras simultáneamente se las elevaba a una categoría de cuasi-milagrosas en cuanto a sus resultados, ha tenido como consecuencia que los ciudadanos viene ahora a reclamar los mágicos resultados prometidos y a protestar por las consecuencias negativas de las que nadie les habló. Y, claro, el resultado no podía ser otro que el fracaso y la desafección. Y así ha sido.

Cuando escuché a Mariano Rajoy prometer que va a devolver la felicidad a España, me acordé de esta reflexión y pensé que ese es precisamente el camino equivocado, tanto para el PP como para el PSOE como para cualquier otro político.

He vivido profesionalmente del marketing antes de esto a lo que me dedico ahora y creo que es una técnica que ayuda muy adecuadamente a casar demanda y oferta. No tengo, por tanto, nada en contra de que se utilicen técnicas de marketing en política pero sin olvidar nunca que la política es algo muy profundo y los ciudadanos son mucho más que consumidores de eslóganes.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

devolver la felicidad casi que no.
pero que estoy contentisima de haberte encontrado despues de 15 años y taaan en forma me ha alegrado muchissssimo¡¡


pepa de barcelona

Carlos Gorostiza dijo...

Hostia, 15 años. Si que ha pasado tiempo, y cosas... ya ves, yo de parlamentario vasco y Patxi resulta que es el Lehendakari.
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Jagoba Álvarez Ereño dijo...

Totalmente de acuerdo con esto: "Agobiados por la urgencia electoral, hemos hecho creer a la gente no que éramos responsables de las leyes y del Gobierno de la cosa pública sino que éramos responsables directos de su propia felicidad"