viernes, 20 de abril de 2012

¿Parar la revolución?

Mujeres andando



Cuando el mundo cambia verdaderamente es cuando nuestros hijos, adultos ya, nos sustituyen en el gobierno de la vida. Y tal transformación se hace definitiva cuando se quedan solos a cargo de los que fueron nuestros proyectos y nuestros sueños, bien para continuarlos o bien para enterrarlos junto a nosotros mismos.

Viene esta inquietante reflexión para señalar que las transformaciones más importantes no son las que ocupan la actualidad sino las que van avanzando lenta pero poderosamente. Igual que las de la mar, existen mareas humanas, sociales e ideológicas pero para poder ver los cambios que nos traen hay que tener paciencia y elevarse sobre el ruido y la prisa de lo cotidiano.

La mayor revolución que ha experimentado esta parte del mundo en la que vivimos no es la que ha traído la tecnología sino la de nos ha venido de la mano de las mujeres. No hay nada que pueda compararse a que la mitad de la población, la mitad de los cerebros y la mitad de las manos salgan de una posición subordinada y cautiva y tomen parte en la vida plena de la comunidad. Es una marea que viene subiendo poco a poco desde las primeras sufragistas, que se aceleró cuando las mujeres pudieron controlar su vida reproductiva y que ahora, afortunadamente, ha impregnado casi todos los rincones de la sociedad. Pero como otras grandes transformaciones sociales, la liberación de las mujeres (utilizo deliberadamente esta anticuada pero emocionante expresión) ha tenido altibajos: Momentos de avance, en los que la justicia avanzaba y también de retroceso, en los que regresaba la sinrazón.

No es la Ley la que transforma el mundo pero la Ley puede acelerar o retrasar los cambios. Las nuevas normativas laborales, que tan falsamente se nos venden ahora como remedio a los males de la crisis, no solo van a tener consecuencias negativas en los derechos de los trabajadores, en la decadencia de las clases medias y en la consiguiente contracción del consumo y del empleo sino que van a atacar sutil pero inapelablemente la capacidad de las mujeres para avanzar en su emancipación. En un panorama de empleos precarios, miedo y desconfianza en el futuro. Con el beneficio inmediato como única medida del éxito, va a ser muy difícil que alguien se preocupe de ayudar desde la Ley a que las mujeres y los hombres compartamos tareas y responsabilidades. Todo lo contrario; como setas están saliendo los partidarios del regreso al viejo modelo familiar de esposa y madre obligada.

No pararán la marea, nadie podría, pero retardarla puede ser suficiente para que al estropicio inmediato de las medidas anticrisis se sume ahora una paulatina, y mucho más grave, vuelta a la reclusión de la mitad de las personas, con la consiguiente agudización a largo plazo de nuestro empobrecimiento. Eso sin hablar de la terrible injusticia que supone. Resistirse no es, por tanto, un problema de las mujeres sino de todos

Publicado en Danok Bizkaia el 19 de abril de 2012


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