La democracia es un régimen lleno de virtudes, pero no por eso carece de defectos e inconvenientes. A la tiranía, que es el gobierno absoluto, unipersonal y sin contrapesos, le pasa justo lo contrario: que está llena de desigualdades y peligros pero que, paradójicamente, también tiene sus ventajas.
Un buen ejemplo lo tenemos con los cambios que el Papa Francisco está impulsando desde Roma, sobre los que se levantan voces de admiración entre los sectores progresistas de la Iglesia y de fuera de ella. Han gustado mucho sus declaraciones al diario La Repubblica en contra del funcionamiento de la corte vaticana, a la que ha tildado nada menos que de “lepra del papado” y no faltan demócratas de izquierdas que se ha felicitado de que el Vicario de Dios en la Tierra se manifieste contrario al “liberalismo salvaje” que hace que "los fuertes se hagan más fuertes, los débiles más débiles y los excluidos más excluidos". Confieso que a mí también me ha parecido muy bien que dijese que "se necesitan reglas de comportamiento y, si fuera necesario, también la intervención del Estado para corregir las desigualdades más intolerables".
Da gusto saber que quien tiene el poder en una institución mundialmente tan importante es una persona buena, con altos valores, preocupada por la injusticia y -como también ha dicho- con "la humildad y la ambición" de impulsar cambios a mejor.
Porque, si se empeña, podrá llevarlos a cabo precisamente porque la Iglesia no es una democracia, sino una tiranía (recuerde el lector lo que le dice Jeremy Irons a Robert de Niro en “La Misión”). Nadie en el Vaticano tiene derecho a torcer la voluntad de quien tiene el poder absoluto. Precisamente en eso consisten las tiranías.
Y cuando al frente de ellas hay alguien sabio y bondadoso todo son ventajas: Las cosas se resuelven en un titá, los “malos” son apartados sin posibilidad de rechistar, lo que hay que hacer se hace sin pérdida de tiempo y aquí paz y después gloria. Lo malo suele ser que hay muy pocos tiranos santos y que pretender atajar por ahí suele acabar como el Rosario de la Aurora.
Yo ya he deseado en estas mismas páginas al Papa Francisco voluntad, fuerza y acierto, pero de ninguna manera quiero que el sistema de gobierno del que él disfruta se extienda más allá de su Iglesia. Es más, me preocuparía que creyésemos en la democracia sólo cuando los resultados son los que deseamos y aplaudiésemos la tiranía cuando sus resultados nos complaciesen.
Publicado en Danok Bizkaia el 4 de octubre de 2013
3 comentarios:
Buffff!! podrías acabar abriendo la caja de pandora!!
Certíssimo, caro Carlos.
Excomulgado.
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