Los niños de mi generación que íbamos a la escuela pública comíamos casi todos en casa. No sé si aquello resultaba más sano pero sí que nos chupábamos cuatro viajes diarios entre nuestro domicilio y el colegio. Algo debía ayudar aquel ir y venir a evitar la obesidad infantil. Recuerdo que había muy pocos que se quedasen en el comedor. Las madres trabajaban mayoritariamente en casa y por eso podían dedicar tiempo a cocinar para la familia.
La progresiva emancipación de las mujeres vino del brazo del trabajo asalariado, con su correspondiente autonomía económica respecto a sus maridos y también trajo todo un rosario de nuevas libertades y posibilidades para aquellas niñas, ahora ya mujeres, con las que tampoco nos habíamos mezclado en el cole. Sin embargo tan buena noticia aumentó la demanda de plazas de comedor en los colegios. Parecía que era la agenda laboral y no la necesidad material la que mantenía a los pequeños en el colegio a la hora de comer.
Sin embargo ahora estamos conociendo una de las caras más amargas y desoladoras de la crisis y del paro que la acompaña. Y es que con asombrosa rapidez la necesidad infantil ha regresado con toda su fuerza para sorprendernos y avergonzarnos. Hay educadores que nos recuerdan que para algunos niños su única comida del día es la que reciben en el colegio y hay comunidades que han tenido que instaurar programas de comedores gratuitos incluso en verano.
Pocas veces la televisión nos ofrece algo que remueva conciencias, pero tal vez el anuncio de este año sea el de una ONG en el que una madre ofrece a su hija un pan vacío diciéndole que es un bocadillo mágico en el que la pequeña debe imaginar su contenido. No es una película en blanco y negro, es una realidad en muchas cocinas y al verla se le parte a uno el alma.
Las becas de comedor se revelan ahora como ayudas fundamentales para que niños y niñas estén alimentados. Ya no es el trabajo de padres y madres lo que llena los comedores sino, precisamente el no trabajo, el paro y la precariedad.
57.893 alumnos vascos de educación obligatoria recibieron el año pasado becas para comer en el colegio. Seguramente fueron los 34 millones de euros de nuestros impuestos mejor empleados. La inmensa mayoría de esos pequeños no se encontrarán en una situación tan dramática pero, por favor, que por si acaso no recorten de ahí. De ahí no.
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