domingo, 18 de mayo de 2014

Euskadi se atraganta con 30 millones de dosis de europeísmo

Las instituciones europeas nos han puesto a los vascos y vascas una multa de 30 millones de euros por una razón muy fundamental: porque pueden.

Por si esa razón no fuera suficiente, el motivo de la sanción resulta bastante humillante, ya que la multa se ha justificado no ya en el error de las “vacaciones fiscales” sino en la contumacia de nuestros responsables políticos que, con toda clase de subterfugios, demoras e ignorancias retrasaron más de una década la reparación que se nos exigía.

No es plato de gusto de nuestras cercanísimas instituciones pasar por aro alguno. Acostumbradas, como están, a que su voluntad sea Ley, no les ha hecho ninguna gracia que Europa se muestre en esto tan implacable como acostumbran a serlo ellas mismas cuando un ciudadano “se hace el orejas” con sus propias normas. Algo que también suele terminar con la devolución de lo distraído y una multa adicional; por “listo”.

Para quien no esté al corriente de las peculiaridades institucionales vascas, recordaré una figura jurídica antigua y muy pintoresca llamada “pase foral”, que consistía en “acatar” pero no cumplir las leyes de la Corona Española. A ejercer esa figura tan atractiva y ventajosa la gente del común también le llamamos “pasar” pero vinculando la acción con algunas partes de nuestra anatomía que no queda bien citar. No puedo evitar pensar que habrá habido quien creyese íntimamente que ese supuesto derecho a “pasar” iba a colar también con los aburridos y ocupadísimos funcionarios de Bruselas pero no ha sido así, naturalmente. El término “jacobino” que aquí se usa tan a menudo como insulto, en los despachos europeos es, simplemente, lo normal.

Ahora que estamos a punto de votar en unas elecciones europeas puede ser un buen momento para darnos cuenta de que la construcción europea, tan aplaudida, tan legendaria y tan poco comprendida no es otra cosa que el camino hacia la creación de un gran poder único en el Continente. Y el poder se tiene para ejercerlo, no para otra cosa. Por eso lo más sorprendente de todo es la propia sorpresa con que ha sido acogida la noticia de la muy previsible multa.

Hay muchas paradojas en este episodio. La primera es que los nacionalistas vascos, a los que nada molesta tanto como tener a nadie mandando por encima de ellos, hayan apostado siempre por las instituciones europeas. Tal vez su error fue creer que cualquier debilitamiento del Estado que sienten como opresor era bienvenido, sin darse cuenta de que el poder que pierden los Estados tradicionales se traslada a un gran Estado europeo, más grande, más moderno, más alejado, más poderoso y seguramente más frío. Quizás también más jacobino. Donde, desde luego, ni entienden nuestra “particular idiosincrasia”, ni les preocupa lo más mínimo ignorarla.

Pero en esta indigestión de realidad europea los nacionalistas no han estado solos, ni mucho menos. Aquí no caben airadas críticas ni vocerío de indignación de ninguno de los grandes partidos vascos que, conscientes de que los votantes están más cerca que los despachos europeos, siempre han sido entusiastas de toda clase de ayudas de Estado y lo que es peor, de disimular cuando, al verlas, nos reprendían desde Europa.

La multa nos llega justo en el peor momento para la imagen de la Unión, que ha pasado de ser vista como una ventana de esperanza a percibirse como una institución enemiga y “sin alma”, como ha dicho el Lehendakari. Y encima, para mayor recochineo, en plena campaña electoral ¡lo que son las cosas!

De todos modos el próximo lunes me temo que nadie más que nosotros va a acordarse de la multa a las instituciones vascas porque las portadas de los medios se llenarán seguramente con la explosión del populismo antieuropeo, que amenaza con ganar las elecciones en Francia y en otros países con un discurso claro, inequívoco, nítidamente partidario de la destrucción del euro y de lo construido en Europa.

Aunque veamos a Europa como fuente de muchos de nuestros males, parece que en España todavía mantenemos cierto grado de respeto por un proyecto fuera del cual sabemos que no hay ninguna opción. Sin embargo no es imposible que esa marea nos acabe llegando y, como ha pasado siempre con las cosas que nos vienen de fuera, que nos hagamos tan euroescépticos como ellos o más aunque, eso sí, con el retraso habitual. ¿Quién asegura que vayamos a ser europeístas siempre? Desde luego ver que desde Bruselas o Estrasburgo no solo deciden sobre nuestra economía, nuestra moneda o nuestro sector naval sino que, además, se permiten la osadía de sacarnos el talonario de multas, no va a ayudar.

Mientas los movimientos antieuropeistas crecen y mientras decae el prestigio de la Unión Europea es cuando, paradójicamente, ésta gana más poder. Así que hasta no ver cómo evoluciona la cosa: si gana el populismo y pierde Europa o si, por el contrario, vuelve la cordura y la Unión recupera su impulso y su poder, yo pagaría discretamente la multa y procuraría no llamar mucho más la atención de los funcionarios europeos, por si acaso. Y, desde luego ahora que se oye hablar tanto de unión financiera y fiscal no iría enseñando y alardeando por ahí del Concierto Económico. No vayamos a tener otro disgusto.

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