domingo, 23 de octubre de 2016

Cómo nos suena esto a los vascos

Primero se crean las consignas

La realidad compleja es siempre incómoda y podría no darte la razón siempre, así que nada hay mejor para llevar el agua a tu molino que simplificarla con unos eslóganes, preferentemente que rimen, cosa muy útil puesto que el objeto es que puedan ser recordados y repetidos. Cada día es más fácil, al lado de las escuetas pintadas y dianas de otros tiempos, los 140 caracteres de Twitter son casi un ensayo.

Después se etiqueta a los contrarios con ellas

Si conviene banalizar la realidad y convertirla en algo explicable en blanco y negro, más aún es preciso etiquetar a los adversarios y colocarlos en una posición perfectamente simple, obviamente en la negra, de forma que no quepa para ellos calificación alguna que no sea la que tu consigna haya establecido: txakurra, asesino, txibato, Señor X, da igual. Lo importante es encerrar todo lo que significa tu adversario en una jaula muy pequeña y muy maloliente. Que sea verdad o mentira es perfectamente irrelevante.

A continuación se les “cosifica”

Una vez etiquetada, la persona que pudo ser tu adversario deja de tener carácter humano, ya no es alguien sino “algo” y ese algo es solo y exclusivamente la etiqueta que le hayamos asignado. Ya no hay historia, no hay recuerdo de nada positivo, ni siquiera neutro. Ese individuo nació con la etiqueta cosida a la ropa como una estrella amarilla y punto.

Se establecen espacios físicos excluyentes

Los nostálgicos del franquismo llamaban “zona nacional” a algunos barrios de Madrid, los nacionalistas radicales vascos tenían sus “pueblos y barrios”, donde mandaban “las cuadrillas”. Se trata de presentar como una “provocación” la mera presencia de alguien no afecto en esos lugares y justificar así una reacción violenta contra él. Si esos espacios son universitarios mejor que mejor, porque tienen el marchamo de la cultura y el conocimiento. Sin olvidar que suelen estar llenas de personas cultas y respetuosas, que se apartarán del tumulto que has montado.

Se organizan manifestaciones “espontáneas”

Una vez establecido que la presencia de ese tipo en el espacio vedado es una provocación, queda plenamente justificado que “la gente” reaccione violentamente, le agreda y le quiera expulsar de ese sitio donde -obviamente- no debería haberse atrevido a entrar.

Se niega toda responsabilidad

Si se ha seguido el manual, a estas alturas ya no hace falta reivindicar la agresión como propia, aunque todo el mundo sepa que así es. Por el contrario, aunque los eslóganes, las consignas y los gritos sean los que tú mismo has sembrado y cultivado, siempre podrás alegar que se trata de manifestaciones de autenticidad popular en las que no tienes nada que ver. Faltaría más. Si la agresión se va de las manos esta actitud de falso pero declarado alejamiento hacia los protagonistas del abuso es especialmente conveniente para evitarte mayores problemas.

Se responsabiliza al agredido

¿Cómo va uno a oponerse a una manifestación tan genuina y popular? Si te preguntan, que te preguntarán, deberás manifestar de entrada tu contrariedad, deplorando “los hechos”, lamentándolos y manifestando tu sincera desazón (el diccionario ofrece un buen ramillete de palabras blandas para esto) para acto seguido y, ahora sí con toda rotundidad, criticar al agredido por provocador y convertirlo en agresor virtual. Culparle de cualquier cosa mala que haya pasado recientemente es una táctica infalible, vale desde un asesinato hasta un motín en el CIE de Aluche.

Siguiendo este manual, que los vascos demócratas conocemos de sobra por haberlo padecido, te harás primero con la calle, y después cuando el miedo se haya instalado en los corazones de tus vecinos, habrás vencido.

Ahora que empieza la campaña de vacunación contra la gripe, es buen momento para vacunarse también contra las ideologías del odio y de la amenaza, que siempre se inician como “espontáneas” manifestaciones populares y que siempre acaban muy mal. Para ello recomiendo un libro que habla de Euskadi pero que puede servir perfectamente a cualquiera como antídoto contra la tiranía del grito y la capucha. Se titula “Patria” y lo ha escrito Fernando Aramburu.





1 comentario:

Unknown dijo...

¡¡Gracias Carlos, genial como siempre!!