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Fox es una cadena televisiva americana que percibió que había un sector social y, por lo tanto, un nicho de mercado que no estaba siendo convenientemente atendido por las demás cadenas (ABC, CBS y NBC). Vio que había hueco libre y decidió ir a por él. Algo perfectamente legítimo para el responsable de vender un producto cualquiera: Ahí fuera hay un público que quiere un producto concreto y no otro y nosotros se lo vamos a ofrecer.
Seguramente la información no debería ser un producto cualquiera, pero lo es. Nadie lo ha entendido tan bien como el equipo de directivos que comanda Rupert Murdoch.
Fox ha sido noticia estos días porque ha llegado a un acuerdo para evitar un juicio en el que se iba a hacer pública su descarada utilización de bulos que la propia cadena sabía que lo eran. Sin embargo, el proceso, finalmente suspendido por el acuerdo judicial, ha dado suficientes pistas de cómo la cadena mentía a sabiendas, con plena conciencia de ello pero con un irreprochable objetivo comercial: mantener a su lado a ese público que no quería saber la verdad, sino que alguien corroborase en la televisión las mentiras del presidente saliente sobre una victoria que solo estaba en sus delirios. En los suyos y en los de ese público que la Fox buscaba retener a cualquier precio.
Finalmente el precio ha sonado un poco alto y los medios que todavía creen en el periodismo se han hecho eco del supuesto castigo con considerable satisfacción. Sin embargo esos 787 millones habría que ponerlos en relación con lo que habría podido perder la empresa si hubiera permitido escapar a su querido y mimado público hacia cadenas que compiten con ella mintiendo con aún mayor descaro e intensidad.
Hace unos días escuchaba en Madrid a Marty Baron, ex director del Washington Post y del Boston Globe que hablaba de polarización y reconocía que el público de la Fox cree firme y sinceramente que lo que dicen Trump y la cadena Fox es la verdad y que el resto de medios formarían parte de una suerte de conspiración.
La dicotomía que tenemos delante es si considerar la información como un derecho o como un producto. Cuando se escoge esto último, y así lo hizo la Fox, que la información sea verdad o mentira es perfectamente irrelevante, lo que importa es que guste, que se siga y que la cadena facture. El propio Murdoch no lo pudo expresar mejor cuando dijo: “No es rojo o azul, es verde”, en referencia al color de los billetes de dólar y desdeñando los colores de los contendientes políticos.
Disgustar a un cliente nunca es buen negocio y Murdoch lo ha captado perfectamente. Es mucho mejor considerar el oneroso acuerdo como una inversión o como un peaje que probablemente sus espectadores verán incluso como un ataque a los “valientes” que dijeron la verdad, esa en la que creen, la que es falsa pero la única que están dispuestos a comprar. Y la Fox a venderles.
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