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A las personas nos pasa lo mismo que a las motos vespa tradicionales: que si las dejas caer siempre lo hacen hacia el lado donde tienen el motor, el derecho. Por supuesto que ni las scooters ni nosotros estamos pensados para dejarnos caer, sino para mantener el equilibrio todo el tiempo, pero cuando lo perdemos se nota enseguida el lado por el que cargamos. A mí también.
Algo así les ha pasado a los miembros de la conservadora Asociación de Fiscales, que invitaron el pasado 18 de abril a Alberto Núñez Feijóo a una cena que ha levantado cierta polvareda. Más allá del ruido electoral lo más llamativo del evento, en mi opinión, fueron ciertas afirmaciones hechas por alguno de tales altos funcionarios pronunciadas al calor de sentirse entre adeptos, como la fiscal que dijo que el problema más grave, a su juicio, era que “las proposiciones de ley que se presentan y se tramitan a través de enmiendas donde los deseos de los grupos minoritarios se convierten en ley” escandalizada, al parecer, porque diputados elegidos para hacer leyes se atrevan nada menos que a hacer leyes según establece el reglamento de la cámara, algo inaudito según su parecer.
En su defensa diré que esta fiscal, que por cierto ha ocupado altísimas responsabilidades, no es la única persona que cree que una ley propuesta por los diputados del Congreso es poco menos que un subterfugio para escaparse de los informes consultivos que sí son obligatorios cuando las leyes las propone el Gobierno. Estamos tan acostumbrados a que el Gobierno sea quien legisla realmente y a considerar el trabajo del Parlamento poco menos que como un trámite, vistoso pero trámite al fin, que ya a algunos les parece hasta tramposo que el Legislativo se atreva a legislar por sí mismo y, como se ha visto, casi un escándalo que diputados “minoritarios” se atrevan a ejercer de diputados presentando enmiendas e influyendo en las Leyes, que es justamente para lo que les votaron y para lo que existen las Cortes.
Que España sea una democracia, podrá gustarles más o menos a algunos de nuestros más altos funcionarios públicos y desde luego que son libres de no creer en el sistema parlamentario, pero al menos, atendiendo a sus responsabilidades, deberían no manifestarlo públicamente con tanta obscenidad. Por simple decoro, ¡oiga!
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