viernes, 17 de octubre de 2008

La Marquesa de la Igualdad (Grande de España)

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Desde hace un par de años, en concreto desde 2006, la ley española ha reconocido a las mujeres el mismo derecho que los varones a heredar títulos nobiliarios. Se ha terminado así con 501 años de preferencia legal de los hombres sobre sus hermanas a la hora de heredar los títulos de nobleza. A partir de ahora, y también con carácter retroactivo en algunos casos, serán los primogénitos, hombres o mujeres los agraciados o agraciadas con el título que tal vez hace siglos, un Rey o Reina concedió a sus antepasados.

No ha faltado cierta polémica, tanto por los más fervientes partidarios de la tradición como, sobre todo por una disposición transitoria que da la razón con carácter retroactivo a algunas mujeres que pleitearon con sus familiares varones para hacerse con los títulos de nobleza de sus familias. Pero eso es otra historia.

Esta discriminación estaba en vigor desde las Leyes de Toro, promulgadas por una mujer (Juana I de Castilla) y para cambiarla se ha invocado el artículo 14 de la Constitución, que reconoce la igualdad de todos ante la ley “sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.”

Todo, como ven, muy democrático y muy moderno. De hecho ha habido poca polvareda y a la opinión pública le ha parecido algo así como una reparación indiscutible, propia de los tiempos y obviamente sustentada en nuestra ley fundamental.

A mí, sin embargo, me asalta una duda grave. Se utiliza una legislación igualitaria para dirimir conflictos dentro de un grupo que nació, existió y que solo puede entenderse en base a leyes, tradiciones y “certezas” basadas en que las personas no son iguales en absoluto y que hay unas: los nobles, que están y estarán siempre por encima de los demás: los plebeyos.

Superada mi primera perplejidad sigo adelante para ver que la contradicción se hace firme en la propia norma ya que el artículo constitucional que se invoca para eliminar la prevalencia del varón sobre la mujer es olvidado inmediatamente al reconocer el derecho a quien nació primero y negárselo al más joven. ¿Y eso?

Es la tradición, me dicen, y yo digo: ¿no era esa misma tradición la que hacía herederos a los varones y no a las mujeres?¿Por qué la misma ley que se utiliza para vencer a la tradición cuando de sexo se trata, es ignorada ante otra circunstancia personal como es la edad? Cuando mañana un varón, o tal vez otra mujer, pleitee contra su hermana primogénita por un título y se acoja al artículo 14 de la Constitución ¿Qué va a decir la Vicepresidenta del Gobierno?

Incluso, ya por fastidiar: si los títulos nobiliarios fueron concedidos en base a méritos excepcionales (lo que es admitir muchísimo) ¿Por qué han de heredarlos los descendientes y no se otorgan a otras personas ajenas que demuestren mérito? Sería una buena forma de aplicación del artículo 14 ¿No les parece?

Estas cosas pasan cuando uno se mueve en las circunstancias y se olvida de lo fundamental. Todos los españoles son iguales ante la ley y, por lo tanto, eso de la nobleza puede ser una tradición más o menos entretenida y vistosa pero no solo no puede significar ventaja alguna, que de hecho no lo es, sino que ni siquiera puede ser contemplada como asunto a tratar por las leyes ni por los tribunales de la democracia. Menos aún alegando el derecho a la igualdad.

Entiendo que la prisa y la imagen pública nos hacen más difícil reflexionar y así se cae a veces sin quererlo en actitudes ridículas pero no por eso me parece menos criticable. No me gusta que un Gobierno democrático y progresista gaste nuestro dinero en intentar arreglar estos jardines tan exclusivos, tan privados y tan rancios.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizá habría que preguntarse si es oportuno mantener estos títulos

Carlos Gorostiza dijo...

A mi no me parece mal que se mantengan los títulos. Al fin y al cabo son parte innegable de la historia y de la tradición. Pero que se queden en eso. Pretender, como se ha hecho, regular los enfrentamientos y líos privados de esta gente apelando a una Constitución moderna y, ya el colmo, al artículo que defiende la igualdad entre todas las personas, me parece una ridiculez.
Me hace pensar -fíjate- en que La Moncloa está suscrita a la prensa rosa.

Anónimo dijo...

Totálmente de acuerdo