viernes, 14 de octubre de 2011

El turista utilizado

Foto Flickr Lokarri

El viajero y el turista comparten su vocación de moverse en lugares y entre gentes que les son ajenos. Les diferencia, sin embargo, que mientras el viajero está normalmente dispuesto a someterse al estímulo y a la incomodidad del conocimiento directo y personal de la realidad que visita, el turista se traslada protegido por una burbuja de comodidad dentro de la que se mantienen cuidadosamente el ambiente y las condiciones a las que está acostumbrado allá en su casa.

La protección que exige el turista puede ser mayor o menor, más blindada o más permeable según sean las circunstancias o sus posibilidades económicas, pero el resguardo tiene como consecuencia inevitable que, por lo común, le impide entender la sociedad que visita. Los turistas cabales, que saben que lo son, ni lo intentan y se conforman con disfrutar del exotismo, sin creerse los arriesgados exploradores que no son. Pero son legión quienes piensan que su presencia allí va a ser un episodio más de descubrimiento y de exploración del planeta.

Lo que más cuesta ver a estos Livingstones del Samsonite es la utilización descarada que hace de ellos mismos la sociedad que visitan, acostumbrada de sobra a verlos como bolsas de dinero con patas o como puertas para salir de la miseria en los casos más duros.

Los turistas de la paz que vamos a tener el lunes en San Sebastián no son una excepción. Armados de presuntuosa ignorancia son incapaces de ver la mayor: que están ante la victoria de una democracia y no ante una descolonización. Se marcharán felices tras el cónclave, bien comidos y tratados, pero sin enterarse siquiera de cómo han sido utilizados, tanto por quienes antes de cerrar el chiringito perdedor necesitan hacerse una foto disfrazados de "insurgentes revolucionarios" como también por quienes, vencedores, piensan que París bien vale una misa.

Todos conocemos a provectos varones que regresan del Caribe convencidos del impacto que su porte distinguido y su experiencia tuvieron en aquella joven y fresca mulata. ¡Qué le vamos a hacer!

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