Arantza Quiroga. Presidenta del PP vasco. Foto ABC |
Sin embargo, no puedo evitar que tanta sinrazón me traiga al recuerdo aquel 8 de marzo de 2008, en la capilla ardiente del socialista guipuzcoano Isaías Carrasco, cuando el entonces candidato a Lehendakari, Patxi López, tuvo el desagradable deber de decirle al entonces candidato Rajoy, que no saludase a la familia del asesinado. Con mejores palabras que las que merecía el Presidente del PP e ignorando educadamente a María San Gil que mentía: “¡No es verdad, No es verdad!”, López le tuvo que marcar la frontera de hasta dónde llegaba la cortesía política que les obligaba a los socialistas a aguantar la indecencia y la indignidad que el PP practicaba entonces acusándoles de despreciar a las víctimas y otras falsedades parecidas a las que hoy soportan tan injustamente los dirigentes vascos del PP. Seguramente le faltó en aquel momento, delante del féretro, el cinismo habitual en política y del que Rajoy se presentó sobrado aquel día.
Porque el PP se dedicó durante años a alimentar entre las víctimas no una legítima solución diferente, sino el odio mismo. No impulsó la legalidad, que nadie incumplía ni entonces ni ahora, sino la rabia. Las víctimas cuyas asociaciones fue excitando y calentando no encontraron en el partido de la oposición una alternativa sino una arenga. Todo valía. Incluso mentir delante del muerto.
Por supuesto los titulares fueron estupendos, los minutos de TV gloriosos, las columnas se incendiaron contra López y, seguramente, los jefes de prensa brindaron entusiasmados. Era evidente que la munición del dolor resultaba muy eficaz contra Zapatero, la auténtica pieza a cobrar.
Han pasado varios años y muchas cosas. Aquellos estupendos titulares pasaron enseguida pero las consecuencias profundas de tanta irresponsabilidad han quedado y son las que estamos viendo ahora, cuando el estricto cumplimiento de la Ley es visto por esas asociaciones como intolerable rendición. No es extraño, nada les parecerá suficiente jamás porque no se les dijo nunca nada razonable, solo aquello que mejor removiese su dolor.
Y ahora pasa que personas del PP que merecen todo el respeto de la sociedad vasca, y desde luego el mío, por haber estado años defendiendo la democracia con valor y con enormes dificultades, se ven sometidas al escarnio y al desprecio más injustos.
Arrastrados por la rabiosa actualidad no resulta fácil darse cuenta de que las decisiones, las actitudes y los mensajes de la política tienen consecuencias importantes que van más allá de lo que digan los columnistas de mañana. Aunque los jefes de prensa no se lo digan, hay vida más allá del minuto de telediario y del titular y quien no lo sepa ver así no debería dedicarse a algo tan serio y con tantas consecuencias como la política, por lo mismo que los borrachos no deben coger el coche. Porque pueden hacernos daño a todos; también a los suyos.
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