martes, 22 de septiembre de 2015

3ª entrega. Conducir en Madrid. Guía para paletos


5.- Los semáforos

Ya lo decía Schwarzenegger en Terminator: Rojo: parar. Verde: acelerar. Amarillo: acelerar más. Es tan cierto eso en Madrid que algunas veces respetar un semáforo ámbar puede llegar a ser causa de accidente.

Si ve usted que tiene algún vehículo detrás y se acerca a un semáforo, ponga mucha atención porque puede que quien le siga sea uno de esos muchos conductores que no solamente se saltarían el semáforo si les tocase a ellos, que eso por supuesto, sino que como el fraile, que cree que todos son de su aire, cuentan con que el primero, el segundo y a veces incluso el tercero de los coches que les preceden se va a saltar el disco ámbar/rojo para que ellos también puedan pasar.

Antes y después. La tradición continúa
Cuando no es así, el rapidillo de atrás se encuentra ante la desagradable sorpresa de que tiene que abortar su ya iniciado acelerón, con el riesgo y el cabreo consiguiente que eso significa.

Una forma de reducir el peligro es tocar el freno desde muy atrás, según se ve el disco ámbar haciendo obvio que va a detenerse y disuadiendo así al zaguero de iniciar su maniobra de lanzamiento. Sin duda exclamará algo así como “¿no irá a pararse ese anormal?” y no faltará quien le pite indignado reclamando su derecho, que usted ha violado, de saltarse el semáforo.

Aunque la reacción del Fitipaldi urbano pueda resultar desabrida piense, en cambio, que estará usted salvando su parachoques y sus cervicales.


6.- Los cruces

Hay en la ciudad zonas del suelo pintadas con una retícula amarilla que, como todos los conductores madrileños saben, están ahí en recuerdo de la parrilla en la que martirizaron a San Lorenzo, de gran devoción en la villa. ¿Es eso no?

El trámite en los cruces es el siguiente: puesto que el semáforo verde le ha dado derecho a pasar, usted pasa, aunque solo pueda avanzar unos metros para pegarse bien pegado al tapón que se ha formado a la entrada de la calle de enfrente. Solo faltaría que se quedase ahí parado como un gilipollas y perdiese el siguiente semáforo. Luego ya se verá. Usted, por de pronto, ha pasado y los demás que arreen. (¡Cómo me gusta a mi esa expresión tan nuestra! tan representativa de la insolidaridad nacional, insolente, bravucona y orgullosa de sí misma,)

Pero volviendo al cruce, como se le ocurra a usted la tontería de quedarse ahí para evitar bloquear el cruce, no solo le montarán un buen pollo de pitidos desde atrás sino que verá -infeliz- cómo la fila de coches a la que ha cedido el espacio con tanta amabilidad y civismo ocupará rápidamente el espacio sobre la parrilla y ahí se quedarán cerrándole a usted el paso cuando el semáforo se le abra, tontolaba.

El resultado es que incluso las personas más afables y cívicas solo respetan el cruce una vez, hasta que comprueban el resultado y se dan cuenta de que o avanzan en medio de la retícula amarilla, como hace todo el mundo, o se quedan ahí a vivir, si es que no los asesinan los conductores que van detrás.


Próxima entrega:
Los intermitentes y la maniobra Guass
La distancia de seguridad
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