Lo malo de los símbolos es que, para bien o para mal, adquieren una relevancia exagerada que va más allá de lo que son realmente.
Si Madrid Central no fuese un símbolo y se hubiese quedado en lo que es: una simple ordenanza limitadora del tráfico, como hay otras mil en la ciudad, hoy podríamos hablar de modificarlo en lo necesario y respetarlo en lo acertado. Pero no. No podemos.
No podemos porque Madrid Central es el emblema de “los nuestros” o el del “enemigo”, que es el nombre con el que se señala de nuevo en España al otro.
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