El encargo, que se maliciaba imposible, de proponer un documento unitario, que aglutinase los sentimientos comunes a todos los vascos se ha demostrado que, efectivamente, era imposible.
La confortable armonía que parece mostrar la política vasca, en comparación con la nacional, no llega a tanto como para que los vascos hayamos dejado de pensar cada uno lo que nos da la gana.
En mi artículo de esta semana en Vozpópuli hablo de que el diálogo, que algunos revisten de efectos taumatúrgicos, a veces evidencia tan sólo la imposibilidad de alcanzar acuerdos. Puedes leerlo entero aquí.
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