miércoles, 5 de diciembre de 2007

Duodécima entrega. Qué bonito problema

(Útil para los hombres)

Si exceptuamos a los matemáticos, que tienen una curiosa forma de disfrutar del mundo, parece un hecho incontestable que encontrarse ante un problema es una situación incómoda y estresante para cualquier ser humano. Toda nuestra vida es un intento siempre fallido de evitarnos problemas y cuando nos encontramos ante uno no podemos decir que estemos en el momento más feliz. Nos vemos obligados entonces a tomar decisiones, a elegir soluciones y por consiguiente a renunciar a posibilidades que nos hubiese gustado mantener abiertas.


No obstante, resolver un problema, tomar una decisión, nos suele provocar un alivio considerable aun cuando, como digo, nos haya obligado a renunciar a algo también deseable.

Sin embargo los hombres y las mujeres parecemos tener una capacidad diferente para manejar el estrés que nos provoca encontrarnos ante un problema. Mientras nosotros tendemos a buscar una solución con la mayor rapidez posible y eliminar así cuanto antes la situación de intranquilidad, a menudo las mujeres parecen complacerse en el momento y lo prolongan de forma que a nosotros nos resulta difícil de entender. No sé dónde leí que cuando una mujer te habla de un problema lo último que quiere es que le interrumpas para ofrecerle una solución. He podido comprobar que casi siempre es así.

Por supuesto no hablo de problemas graves y difíciles, que a todos y a todas nos turban y nos hacen infelices. Hablo de problemas simples, sencillitos y cotidianos, para los que nosotros enseguida se nos ocurre la solución y que ellas, en cambio, mastican y adoban durante un tiempo que a nosotros nos parece inverosímil. Seguramente lo que pasa es que soportan mejor el estrés o que éste les estimula, mientras a nosotros solo nos incomoda.

Conviene, por tanto, que entendamos que ellas cuando nos hablan de un problema lo que sucede es que están integrándolo en su pensamiento y haciéndonos partícipes de sus inquietudes, lo que no deja de ser una apreciable muestra de cercanía y de cariño. De sobra saben cuál es la solución y seguramente la adoptarán enseguida pero precisan de ese proceso de maduración, que en nosotros es exclusivamente mental pero que ellas necesitan expresar verbalmente. Toca entonces comportarnos con complicidad. Escuchar, conversar sobre el tema y sobre todo, esperar a que la decisión final se haga firme en el pensamiento de ellas. En ese momento lo que esperan de nosotros es que les acompañemos en su deambular mental y verbal, de ida y vuelta, entre el problema y su solución. Es un error pensar que a ellas no se les ha ocurrido esa solución tan evidente pero aun lo es mayor interrumpir ese proceso de “disfrute” por incomprensible que nos resulte a nosotros.

Tiene esta actitud un cierto parecido con las preguntas que las mujeres nos hacen. Tendemos a pensar que lo que quieren es una respuesta, y algunas veces es así, pero es mucho más común que utilicen las preguntas para hablar de un tema que les inquieta. Tener en cuenta este punto de vista y aguantar nuestras ganas de “cortar por lo sano” nos ayudará a mejorar nuestra relación con el sexo femenino, lo que no es poco.

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