jueves, 17 de enero de 2008

Decimoctava entrega. Bolsas, bolsitas y bolsetas

(Útil para los hombres)

Para bien o para mal tengo edad suficiente para recordar, bien que en mi niñez, el momento en que hizo su aparición en el mundo occidental uno de los productos claves de nuestra civilización actual: la bolsa de plástico. Tan humilde elemento ha supuesto una callada pero definitiva revolución en nuestro modelo de vida. Las bolsas de plástico han transformado los sistemas de distribución y venta, han hecho posible el desarrollo del comercio a través de las grandes superficies y han supuesto un cambio radical en las rutinas de consumo así como en el almacenamiento y transporte dentro del mundo desarrollado.

El plástico ha terminado con la cestería y la alfarería, que nos acompañaron desde la prehistoria, relegándolas al mundo del arte. Seguimos hablando de “la cesta de la compra” pero ya solo como un concepto económico.


No faltan quienes dicen que las bolsas de plástico son el verdadero legado, el más importante, que nuestras generaciones van a aportar al futuro de nuestro mundo. Y puede que no vayan descaminados puesto que si el monte Testaccio de Roma no es más que un vertedero de millones de ánforas que fueron arrojadas allí durante los tres primeros siglos de nuestra Era, no quiero ni pensar en el impacto ambiental que estamos traspasando a nuestros nietos a través de las incontables y a menudo indestructibles bolsas que hemos abandonado a lo largo de las últimas décadas y que en lugar de un monte podrían formar varias cordilleras completas. Pero como este no es espacio para pensamientos tan profundos, me limitaré a referirme a cómo las bolsas de plástico han irrumpido también en el contexto de los comportamientos femeninos que nos ocupan.

Las bolsas de plástico son un elemento imprescindible en cualquier equipaje femenino. Por mucho que hayas preparado con todo detalle lo que necesitarás en un viaje. Aunque durante semanas hayas negociado con ella y escrito una lista detallada hasta la extenuación, da lo mismo. Puedes estar seguro de que cuando finalmente hayas conseguido cerrar las maletas (no sin riesgo de violentos estallidos de sus cierres y costuras) y una vez colocadas mejor o peor dentro del maletero del coche, tu pareja aparecerá a última hora con un sinnúmero de bolsas de plástico conteniendo las cosas más inverosímiles. No hablo de una bolsita con “chuches” para el viaje, que también, sino de un verdadero equipaje paralelo con todo aquello que conseguiste negociar que no llevaríais y otras muchas cosas “de última hora” de las que nunca se habló y que no pudiste ni imaginar.

Las bolsas de plástico son el objeto inevitable de los reiterados viajes entre el domicilio y el coche que preceden y retrasan la partida final. Un buen novio, marido, amante o lo que seas ha de estar siempre dispuesto a subir de nuevo a casa cuando creía que ya estaba todo cargado a contemplar, asombrado, la enorme colección de bolsas de plástico que esperan en el pasillo a los brazos nervudos del varón para ser trasladadas al interior del ya atestado maletero.

Es tal la compulsión de algunas mujeres hacia esta estrategia logística que no renuncian a ella ni aunque viajen en avión o en otro transporte público, lo que complica las cosas considerablemente, al aumentar el número de bultos.

Ya que esto es una guía de habilidades voy a sugerir una forma de paliar este problema. Consiste en regalarles a ellas un juego de maletas de lujo, (Hartmann, Loewe, Prada, Gucci, Louis Vuitton, Globe-Trotter...) e insinuarles el mal efecto que hará que a la entrada del hotel o en el mismo aeropuerto, las acompañen de una o varias bolsas de la afamada cadena de supermercados Ahorramás, por ejemplo. Si este comentario lo haces antes de cerrar las maletas puede funcionar ya que, al oírte, se lanzan aterradas a buscar bolsas de papel de alguna boutique, más pequeñas y siempre menos numerosas que las de alimentación, lo que les obliga a reducir drásticamente el volumen del equipaje “secundario”.

De todos modos ten en cuenta que es una solución muy muy cara y perfectamente inútil cuando vuestro destino habitual es la casa de la playa o el pueblo de su madre, así que, en tal caso estate dispuesto a viajar como si fueses el conductor de un camión de la basura.

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