(De utilidad para mujeres y hombres)
Cuando se utilizan herramientas inadecuadas para realizar una labor el resultado no suele ser brillante. Así me lo recordaba mi amigo Epi. Además de nuestras carencias mentales, los hombres solemos tener otras “dificultades” físicas que a menudo provocan situaciones comprometidas.
El cuerpo de los seres humanos ha ido evolucionando a lo largo de millones de años pero tengo para mí que la ubicación y forma de algunas partes de nuestra anatomía se han mantenido básicamente invariables desde los primeros australopitecus que poblaban las sabanas africanas hace tres millones de años.
Aunque ya en la civilización cretense hay constancia de sistemas de evacuación higiénica mediante drenajes y agua corriente, lo cierto es que el invento del inodoro actual no se produce hasta 1589, de mano de Sir John Harrington y es mucho más tarde, en 1775 cuando empieza tímidamente a comercializarse, siempre entre las clases más acomodadas. En todo caso se trata, como vemos, de algo recientísimo. Por consiguiente, no es extraño que tras milenios y milenios de libertad, el proceso de adaptación física de nuestro cuerpo a nuevas y complejas tareas conlleve un cierto retraso.
Si a la dificultad anatómica añadimos la urgencia, la tendencia a la comodidad, tan natural en el ser humano, y las barreras culturales que disuaden a los varones de acometer los dificultosos procesos de vestido y desvestido, es comprensible que nos encontremos con el resultado que todos conocemos. Ni siquiera la inveterada afición que tenemos los hombres por los ejercicios de puntería, que nace con las primeras armas y se manifiesta hoy en la generalizada afición al golf, ha podido eliminar del todo una de nuestras principales dificultades cotidianas.
No es fácil -que lo sepáis-. Las herramientas multifunción son prácticas pero pueden fallar cuando hay que hacer con ellas un trabajo fino. Pero será mejor que no me extienda por ahí.
Tomaos vosotras estas reflexiones como explicación, que no justificación, de conductas tan poco higiénicas. Por eso tenemos que reconocer –chicos- que en este caso, por complicado que pueda resultar, la responsabilidad recae exclusivamente sobre nosotros.
Todavía no entiendo por qué no se estilan en los domicilios particulares los mingitorios que vemos en los retretes públicos. Pero hasta que ese momento llegue sugiero que, en aras de una mejor convivencia intersexual, hagamos un esfuerzo de precisión o, dado el caso, uso del papel higiénico para mantener en buen estado nuestros retretes y nuestras relaciones.
Cuando se utilizan herramientas inadecuadas para realizar una labor el resultado no suele ser brillante. Así me lo recordaba mi amigo Epi. Además de nuestras carencias mentales, los hombres solemos tener otras “dificultades” físicas que a menudo provocan situaciones comprometidas.
El cuerpo de los seres humanos ha ido evolucionando a lo largo de millones de años pero tengo para mí que la ubicación y forma de algunas partes de nuestra anatomía se han mantenido básicamente invariables desde los primeros australopitecus que poblaban las sabanas africanas hace tres millones de años.
Aunque ya en la civilización cretense hay constancia de sistemas de evacuación higiénica mediante drenajes y agua corriente, lo cierto es que el invento del inodoro actual no se produce hasta 1589, de mano de Sir John Harrington y es mucho más tarde, en 1775 cuando empieza tímidamente a comercializarse, siempre entre las clases más acomodadas. En todo caso se trata, como vemos, de algo recientísimo. Por consiguiente, no es extraño que tras milenios y milenios de libertad, el proceso de adaptación física de nuestro cuerpo a nuevas y complejas tareas conlleve un cierto retraso.
Si a la dificultad anatómica añadimos la urgencia, la tendencia a la comodidad, tan natural en el ser humano, y las barreras culturales que disuaden a los varones de acometer los dificultosos procesos de vestido y desvestido, es comprensible que nos encontremos con el resultado que todos conocemos. Ni siquiera la inveterada afición que tenemos los hombres por los ejercicios de puntería, que nace con las primeras armas y se manifiesta hoy en la generalizada afición al golf, ha podido eliminar del todo una de nuestras principales dificultades cotidianas.
No es fácil -que lo sepáis-. Las herramientas multifunción son prácticas pero pueden fallar cuando hay que hacer con ellas un trabajo fino. Pero será mejor que no me extienda por ahí.
Tomaos vosotras estas reflexiones como explicación, que no justificación, de conductas tan poco higiénicas. Por eso tenemos que reconocer –chicos- que en este caso, por complicado que pueda resultar, la responsabilidad recae exclusivamente sobre nosotros.
Todavía no entiendo por qué no se estilan en los domicilios particulares los mingitorios que vemos en los retretes públicos. Pero hasta que ese momento llegue sugiero que, en aras de una mejor convivencia intersexual, hagamos un esfuerzo de precisión o, dado el caso, uso del papel higiénico para mantener en buen estado nuestros retretes y nuestras relaciones.
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