(útil para las mujeres)
Este tema me lo sugirió mi amiga Cristina. Después de evacuar consultas con personas de distintos sexos he comprobado que es un concepto que no solo está muy presente en las relaciones intersexuales sino que es considerablemente polémico. Lo voy a comentar, no obstante, confiado en que mis lectores y lectoras hayan comprobado a estas alturas que la presente guía está cuajada de buena intención y humor y ayuna por completo de acidez y mala leche. Vamos allá.
Las labores domésticas son una actividad en la que los varones hemos entrado hace bien poco en términos históricos. Los que conocimos de las monedas de 25 céntimos de peseta (que como tenían agujero usábamos como tope para el cordel de las peonzas) vivimos en un mundo en el que las mujeres eran las únicas encargadas del hogar. Así se consideraba socialmente correcto y así era.
Afortunadamente los tiempos cambian y ahora lo socialmente correcto es que los varones compartamos las responsabilidades del hogar. Por supuesto que sea tenido por correcto no quiere decir que todos los tíos se apliquen a la tarea, ni muchísimo menos, pero es innegable que hemos avanzado en esto.
Pero los cambios requieren nuevos acomodos y modificar las rutinas no es fácil. Nunca lo es. Las mujeres que he consultado consideran ofensivo que cuando su pareja se dispone a realizar alguna tarea doméstica le diga “que te hago”. Los hombres, por el contrario, se lamentan de que absolutamente cualquier iniciativa que tomen será considerada por ellas errónea, cuando no desafiante. En definitiva que mientras las unas reclaman compromiso y no solo ayuda. Los otros, confianza y no solo instrucciones.
Sin disculpar a los escaqueadores, tengo que decir que si se quiere corresponsabilidad tiene que haber también respeto. Recuerdo que cuando me ponía a guisar, mi madre sufría lo indecible al verme remover las salsas en sentido antihorario. Según ella “nadie” “nunca”, remueve las salsas sino en sentido horario -como lo hace ella- y mi opción me invalidaba por completo para hacerme cargo de nada relacionado con la cocina. No es una broma. Era exactamente así. No le hacía ni caso por supuesto y con el tiempo se ha ido acostumbrando. También soy consciente de que se trata de un caso tan extremo que resulta ridículo, por más que sea totalmente real, pero sirve para hacer comprender que si queremos que otra persona sea responsable de algo, deberemos admitir que lo haga a la manera de esa persona y que no podemos reprochar que no lo haga de la misma forma, en el mismo orden y con exactamente los mismos gestos con que lo haríamos nosotros.
Son muchas las mujeres que, cuando se trata de la casa, tienen dificultades serias para admitir esto. No solo mi madre. Son mujeres que no pueden soportar que las cosas se hagan de forma o en orden distinto al de ellas y, claro, nos transmiten a los varones la sensación de que en lugar de una tarea en casa lo que estamos haciendo es pasar el examen de conducir. Lo que sucede es que ese tipo de mujeres nunca ha renunciado en realidad a ser la única encargada del hogar, como lo fueron sus madres. Solo que no lo dicen así porque, como expresaba al principio, tal idea no es la socialmente correcta ahora.
La consecuencia es fácil de imaginar: o bien nos disuaden de hacen nada, para lo que algunos necesitan poco estímulo, o bien nos “obligan” a preguntar por cada uno de los pasos que debemos dar, empezando por lo que es prioritario o no. De ahí viene el famoso “que te hago”, que a veces muestra falta de compromiso pero que en otras lo que pretende es evitar una bronca por haber usado, por ejemplo, el cuchillo de pelar cebollas rojas para pelar las blancas o por haber fregado el baño pequeño antes que el grande, o el grande antes que el pequeño. O incluso por haber puesto en diciembre los vasos de vino reservados para los meses sin erre. (Esto último sí es un chiste pero os aseguro que a veces parece que fuese real)
Así que ya sabéis, chicas. O admitís que el trabajo en equipo no significa que vosotras decís qué, cómo y cuándo o tendréis que admitir el ¿qué te hago? o, lo que es peor, asumir que no hagamos absolutamente nada, aunque sea para que no nos caiga una bronca.
Este tema me lo sugirió mi amiga Cristina. Después de evacuar consultas con personas de distintos sexos he comprobado que es un concepto que no solo está muy presente en las relaciones intersexuales sino que es considerablemente polémico. Lo voy a comentar, no obstante, confiado en que mis lectores y lectoras hayan comprobado a estas alturas que la presente guía está cuajada de buena intención y humor y ayuna por completo de acidez y mala leche. Vamos allá.
Las labores domésticas son una actividad en la que los varones hemos entrado hace bien poco en términos históricos. Los que conocimos de las monedas de 25 céntimos de peseta (que como tenían agujero usábamos como tope para el cordel de las peonzas) vivimos en un mundo en el que las mujeres eran las únicas encargadas del hogar. Así se consideraba socialmente correcto y así era.
Afortunadamente los tiempos cambian y ahora lo socialmente correcto es que los varones compartamos las responsabilidades del hogar. Por supuesto que sea tenido por correcto no quiere decir que todos los tíos se apliquen a la tarea, ni muchísimo menos, pero es innegable que hemos avanzado en esto.
Pero los cambios requieren nuevos acomodos y modificar las rutinas no es fácil. Nunca lo es. Las mujeres que he consultado consideran ofensivo que cuando su pareja se dispone a realizar alguna tarea doméstica le diga “que te hago”. Los hombres, por el contrario, se lamentan de que absolutamente cualquier iniciativa que tomen será considerada por ellas errónea, cuando no desafiante. En definitiva que mientras las unas reclaman compromiso y no solo ayuda. Los otros, confianza y no solo instrucciones.
Sin disculpar a los escaqueadores, tengo que decir que si se quiere corresponsabilidad tiene que haber también respeto. Recuerdo que cuando me ponía a guisar, mi madre sufría lo indecible al verme remover las salsas en sentido antihorario. Según ella “nadie” “nunca”, remueve las salsas sino en sentido horario -como lo hace ella- y mi opción me invalidaba por completo para hacerme cargo de nada relacionado con la cocina. No es una broma. Era exactamente así. No le hacía ni caso por supuesto y con el tiempo se ha ido acostumbrando. También soy consciente de que se trata de un caso tan extremo que resulta ridículo, por más que sea totalmente real, pero sirve para hacer comprender que si queremos que otra persona sea responsable de algo, deberemos admitir que lo haga a la manera de esa persona y que no podemos reprochar que no lo haga de la misma forma, en el mismo orden y con exactamente los mismos gestos con que lo haríamos nosotros.
Son muchas las mujeres que, cuando se trata de la casa, tienen dificultades serias para admitir esto. No solo mi madre. Son mujeres que no pueden soportar que las cosas se hagan de forma o en orden distinto al de ellas y, claro, nos transmiten a los varones la sensación de que en lugar de una tarea en casa lo que estamos haciendo es pasar el examen de conducir. Lo que sucede es que ese tipo de mujeres nunca ha renunciado en realidad a ser la única encargada del hogar, como lo fueron sus madres. Solo que no lo dicen así porque, como expresaba al principio, tal idea no es la socialmente correcta ahora.
La consecuencia es fácil de imaginar: o bien nos disuaden de hacen nada, para lo que algunos necesitan poco estímulo, o bien nos “obligan” a preguntar por cada uno de los pasos que debemos dar, empezando por lo que es prioritario o no. De ahí viene el famoso “que te hago”, que a veces muestra falta de compromiso pero que en otras lo que pretende es evitar una bronca por haber usado, por ejemplo, el cuchillo de pelar cebollas rojas para pelar las blancas o por haber fregado el baño pequeño antes que el grande, o el grande antes que el pequeño. O incluso por haber puesto en diciembre los vasos de vino reservados para los meses sin erre. (Esto último sí es un chiste pero os aseguro que a veces parece que fuese real)
Así que ya sabéis, chicas. O admitís que el trabajo en equipo no significa que vosotras decís qué, cómo y cuándo o tendréis que admitir el ¿qué te hago? o, lo que es peor, asumir que no hagamos absolutamente nada, aunque sea para que no nos caiga una bronca.
1 comentario:
Absolutamente cierto. Te doy toda la razón. Si no se admite la libertad de acción en las labores domésticas, la pregunta correcta es ¿qué te hago?.
Más saludos
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