Me ha dicho mi amiga Marta que si quería acompañarla a la concentración de repulsa por los últimos atentados de ETA, que han costado la vida a un hombre en Santoña.
Le he dicho que no, que no me da la gana de ir. No porque me parezcan bien los atentados, claro, sino porque hace tiempo que he perdido toda esperanza de que estos fanáticos hagan caso de nada. Es más, siento que manifestarme prolonga la idea falsa pero bien grata a algunos, de que ETA es una organización que, aunque lo hace de forma equivocada, se ocupa de “defender” los que considera intereses o “derechos” de los vascos.
Nadie se manifiesta jamás para decirle al virus del Sida que deje de complicarnos la vida ¿verdad? Tampoco nos concentramos en los ayuntamientos para que los mosquitos anofeles se den por enterados de nuestra repulsa por su actitud de contagio de la malaria, ¿A que no?
Por qué, entonces, nos manifestamos contra ETA? Supongo que por dos razones, de las que no comparto ninguna:
Porque aún hay incautos que pueden pensar que ETA escucha en algún momento algo de lo que le dicen los vascos. Como si esos asesinos tuviesen un criterio moral algo superior al del virus o al de los mosquitos. No me encuentro entre quienes así piensan.
Como fórmula de catarsis colectiva que permita expresar el duelo de las personas de bien y la cercanía con las víctimas. Esta actitud me merece todo el respeto pero no logra superar en mi interior el rechazo y la sensación de ser unos panolis que se me queda cuando me he visto en alguna ocasión rodeado en silencio de los ingenuos que aún creen en la primera de las dos opciones. No lo soporto y por eso no voy.
Hace ya mucho tiempo que no queda otro camino útil para que ETA desaparezca que la policía. Y no parece que lo estén haciendo mal.
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