La marea de descrédito que
asola la vida pública ha alcanzado esta vez de lleno a la Monarquía , de forma que
ya parece que no queda nada ni nadie en quien confiar. Los datos ciertos ya conocidos,
junto a los presuntos, junto a los que nos imaginamos, mezclado todo ello en el
puchero de esa venenosa receta actual de extender cualquier mala sospecha a
todo y a todos nos está dejando sin ningún asidero firme: ni la banca, ni, por
supuesto, los políticos, ni los empresarios, ni los sindicatos, ni la Unión Europea , ni la Iglesia , ni la prensa, ni
tampoco la Justicia. Parece
que todo se tambalea inseguro, amenazando con derrumbarse.
Tal vez tengan razón quienes
prevén y hasta reclaman un inminente levantamiento revolucionario, aunque a mi ya
me gustaría saber hacia dónde, si hacia delante o hacia atrás. Porque las
revoluciones pueden hacerse de muchas maneras y con resultados también muy
diversos. Ante esto yo siempre recuerdo aquel viejo proverbio: “pobres de
quienes vivan tiempos históricos”.
Lo cierto es que la asombrosa
ligereza en el comportamiento ético de algunos miembros de la Familia Real , junto con otros imperdonables
errores de aquella Casa, está acabando con la reserva de respeto que el Rey fue
acumulando durante la recuperación de la democracia que él mismo impulsó y
protagonizó junto con otros políticos.
Tal debilidad ha abierto las
puertas de la opinión pública a quienes abogaron siempre por la recuperación en
España del régimen republicano con una Presidencia electa. Puede que esta sea
una buena ocasión para plantear en serio tal cambio, por eso precisamente me
sorprende la superficialidad con la que se habla de una modificación tan
profunda y complicada. Casi sin explicaciones, como si fuera obvio y simple. Como
si algo tan decisivo no requiriese detalles ni concreción alguna. Por ejemplo ¿Queremos
una república como la francesa en donde el Presidente manda sobre quien dirige
el Gobierno o, al contrario, optamos por Alemania, donde es la jefa del
Gobierno quien mantiene en la oscuridad al Presidente?
Como estas son cosas muy
serias conviene abandonar la frivolidad. Desde luego si el hijo del Rey quiere
llegar a ser Felipe VI va a tener que hacer algo que le haga merecerlo. Y si
los partidarios de una tercera República Española quieren avanzar en su
legítima aspiración tendrán que empezar a decir qué es exactamente lo que
quieren y cómo nos proponen conseguirlo, más allá de emocionales protestas en
las redes y en los comentarios de la prensa digital.
(Nota.- El Presidente del Gobierno francés (Primer
Ministro) se llama Jean-Marc Ayrault mientras que el Presidente de la República alemana es Joachim Gauck. No se preocupe, yo también lo he tenido que buscar)
3 comentarios:
Bueno, si la Jefatura del Estado resulta, en sí misma, superflua, sea hereditaria o electiva, lo razonable es eliminarla. Es decir, hacerla coincidir con la Presidencia del Gobierno. El escaso papel moderador que pudiera ser necesario puede, y debería, ser asumido por quien presida el Poder Legislativo, poder preeminente entre los tres poderes clásicos. Sin más, ni mangas.
EStoy de acuerdo con Anonimo ya que si hablamos de casi hay mas jefes que indios, seria razonable fundir Jefatura de Estado y gobierno, yo personalmente abogo por dejar de alimentar a los borbones y alimentar al pueblo que lo necesita mas!
oskar
Veo que en cuanto se desciende el primer peldaño ya aparecen propuestas, como las vuestras, que son legítimas y aun razonables, pero que nada tienen que ver con los sistemas que habitualmente tienen las repúblicas, incluida la República Española, que, por supuesto, tenía como las demás, un Presidente de la República (Jefe del Estado) y un Presidente del Gobierno.
El caso de los Estados Unidos de América, que es una república presidencialista es una excepción y resulta el más cercano a lo que proponéis ya que el presidente ejerce también de Jefe de Gobierno.
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