miércoles, 19 de febrero de 2014

Europa necesita mentiras

Carlomagno visto por Durero
El Europarlamento que saldrá de las elecciones de mayo será el primero que tendrá potestad para elegir directamente al Presidente de la Comisión Europea, que hasta ahora era propuesto por el Consejo Europeo (formado básicamente los Jefes de Estado o de Gobierno de cada país).

Entre los europarlamentarios se va afianzando la costumbre de votar según su grupo ideológico y no según su nacionalidad. De hecho los socialdemócratas de toda Europa han señalado ya que su candidato único es el alemán Martin Schulz, actual Presidente del Parlamento. Los conservadores no han sido tan rápidos y andan tanteando el suyo; suenan Jean-Claude Juncker (luxemburgués), Vladis Dombrovskis (letón) y Michel Barnier (francés), de momento.

Es importante que las instituciones europeas vayan dejando atrás la costumbre de que cada uno vaya allí a hablar de su país (como hacía Francisco Umbral con su libro) y sigan avanzando francamente hacia un funcionamiento más globalmente europeo.

Es una lástima que este momento tan fundamental para la Unión Europea coincida con un tiempo de percepción tremendamente negativa y de desafección de la ciudadanía respecto a las instituciones comunes. Si en España estamos a ver cómo les atizamos bien a nuestro Gobierno y a nuestra oposición en las ya inminentes urnas azules, en otros países, que creíamos más civilizados que nosotros, crece enormemente la influencia de los partidos xenófobos, ultraderechistas y, desde luego, nada europeístas.

Parece claro que a la Unión Europea no le falta voluntad de seguir adelante pero tampoco le faltan problemas. La crisis no ayuda nada a la hora de conseguir la adhesión ciudadana, desde luego, y hay riesgo serio para la Unión, que no parece capaz de mantenernos en el top de la influencia internacional, como creímos que iba a pasar siempre. Porque la fortaleza percibida de la Unión Europea ha venido mucho de la mano del bolsillo, un poquito de parte de la razón y prácticamente nada ha conseguido del corazón o de la emoción de los europeos.

Esta última es, a mi juicio, una carencia grave. Comprendo que a un proyecto como el de la Europa unida, liderado en general por personas de amplia cultura, es difícil adherirle una mitología de esas que resultaron tan útiles para crear las naciones en su momento. Se hace cuesta arriba a estas alturas ponerse a inventar patochadas historicistas como las que nos enseñaron en nuestras escuelas nacionales a todos los europeos cuando éramos niños y niñas. (Ojo, no crean que salvo a las nacionalidades sin Estado, que compiten ventajosamente en ese ranking del ridículo, no crean.)

¿Quién no conoce la bonita historia de Arturo de Camelot, mito de la Inglaterra unificada, con espada mística y todo, que señala mágicamente al “auténtico” Rey de “toda Inglaterra”?. ¿Cómo no recordar al avispado Rodrigo, tan eficaz vendiendo el servicio de su tropa mercenaria a reyes grandes y pequeños, moros o cristianos, que acaba, sin embargo transmutado en el Cid, héroe legendario de una imaginaria cristiandad hispana.

¿Quién puede resistirse a la belleza del cantar de gesta de Roland, delfín de una protofrancia soñada y muerto por esos ásperos vascones en Roncesvalles?. Pero aunque la Edad Media da muchísimo juego por la más difícil refutación de lo inventado, otros episodios, bien marinados en el jugo patriótico, también cumplen aseadamente su papel de construcción legendaria de la nación: La propia Revolución Francesa, tan francesa ella como la Résistance en la que debieron participar todos los ciudadanos galos menos Pétain. O esa Guerra de la independencia tan nuestra, que expulsó heroicamente a los franceses y con ellos también la esperanza de salir de la tiranía absolutista en la que nos sumergimos entusiastas al grito de ¡vivan las caenas!”

La lista de mitos, exageraciones, abusos, olvidos interesados, invenciones cuidadosas y mentiras puras y duras resultaría interminable pero todas cumplen la importante función de crear la falsa quimera de que cada nación es algo natural y previo a nosotros, algo a lo que nos deberíamos acomodar y que deberíamos “sentir” como propio. Así es como se han construido siempre los sentimientos de pertenencia nacionales: mintiendo.

Precisamente este año se cumplen 100 años de la Primera Guerra Mundial, en la que enarbolando esas banderas patrias tan bien inventadas, millones de jóvenes europeos murieron en las trincheras, asfixiados con gas venenoso o reventados por un obús. En todo caso para nada. La historia real de Europa no es pacífica y algunos de sus episodios más crueles están demasiado cerca para olvidarlos así, de hoy para mañana.

Por si fuera poco la ciudadanía europea está entre las más cultas y no va haber forma de hacerle tragar con las ruedas de molino que sí colaron cuando se fue construyendo la mitología nacional de cada uno de los Estados. Seguro que sería posible encontrar a alguien que nos demuestre el natural hermanamiento secular entre la romería del Rocío y la Oktoberfest pero habrá quien se ría y así no vamos a ningún lado.

Poner al déspota Carlomagno como ejemplo de construcción europea y dar un premio con su nombre fue una buena mentira pero no parece que haya cuajado. Una pena, con lo bonito que es Aquisgrán. (Aachen, Oche, Aken, Aquisgranum)

No va a quedar otro remedio que hilar mucho más fino. Tal vez la cultura, más transnacional, nos pueda ayudar: los grandes autores, músicos, científicos y artistas europeos podrían servir para ir construyendo un cuidadoso relato, falso sin duda, pero útil para la cimentación del gran espacio continental único que tanta falta nos hace. Tampoco hay que descartar la ayuda que puede venirnos de los jóvenes, que gracias a programas de intercambio estudiantil han podido alcanzar un buen conocimiento de otros países y personas, bien profundo a veces.

En definitiva que, además de seguir avanzando en su construcción institucional, la fría, razonable y burocrática Unión Europea no debería descuidar la necesidad de un emocionante storytelling de si misma. Hace mucha falta y no debería ser imposible conseguirlo. Con menos y con peores mimbres se han construido los 28 cestos que la componen ahora.

Sobre las verdades que, en mi opinión, también necesita Europa, hablaremos otro día.




2 comentarios:

Iñaki Gorostiza dijo...

A lo mejor la manera es, en lugar de montar una nueva mentira sobre las otras 28, desmontar aquellas 28 mentiras, junto con otras cuantas (algunas muy cercanas) que se siguen alimentando por no haber conseguido "todavía" sus objetivos. ¡Ya va siendo hora no!

Anónimo dijo...

Gran artículo. De acuerdo con el en general, pero que matizaría un poco.
¿Vamos por la buena construcción de Europa? al margen de cuentos (storytelling) me refiero, sería un debate necesario, o más bien, un objetivo.
Respecto a la Europa reciente, hay que recodar que ha vivido dos guerras en las que han podido participar generaciones cosecutivas, e incluso, las mismas personas!!, y que muchos de los participantes en la segunda, han participado en los vaivenes posteriores, hasta luchar de nuevo para dominar Europa (esta vez, en el campo de batalla económico, con otras armas). Ahora tenemos claro que, como bien dices, pasamos de una soberanía democrática recién estrenada al nuevo ¡vivan las cadenas! (si son europeas).
Porque, eso son, cadenas. Y creo que Europa se podría haber construido de otra manera menos constreñida y con un liderazgo más homogéneo.
Creo que vivimos la misma historia una y otra vez, pero en distintos campos y con distintas armas. De eso se debe tratar la avolución.... desde luego, ser la sociedad mejor y más educada, informada y conectada, tampoco nos ha deparado nada realmente destilado (ni favorable, en este sentido).