jueves, 6 de febrero de 2014

La izquierda mágica


La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.


En España no se investiga…Los recortes están expulsando a los científicos…Nuestras universidades no están en los rankings de las excelentes…

Cuando escucho quejas como éstas pienso siempre si no estaremos apostando contra nuestro propio futuro. Porque yo también creo que nada es más rentable que la ciencia. Pero también confieso que no sabría decir cuánto de cierto hay en esta alarma y cuánto de esa costumbre hispana de ignorar y despreciar lo que sí se tiene, para así alimentar ese increíblemente prestigioso complejo de inferioridad colectivo, envuelto en ropajes de chulería. Ese en el que nos complacemos en enlodarnos desde tiempos de Larra o Blanco White.

Lo que resulta evidente es que la contradicción tiene excelente prensa entre nosotros:
  • Somos una potencia en fabricación de aerogeneradores eólicos pero no hay ubicación para ellos que nos parezca buena y en todos los casos propuestos nace la plataforma popular anti-molinos que denuncia el “impacto visual” de las grande hélices. Hasta tal punto es así de que estamos “expulsando” de España a las compañías que los fabrican.
  • No hay europeos con más smartphones que los españoles pero los movimientos que promueven el pánico anti-antenas con un gorro de papel de aluminio en la cabeza logar una credibilidad pública para la que un investigador científico necesitaría al menos el Nobel.
  • Tenemos –todavía- una excelente sanidad pública pero la despreciamos a menudo por no incluir entre sus coberturas la homeopatía, el reiki, las flores de Bach… (rellénese la línea de puntos al gusto)
  • Competimos en todo el mundo con una industria ferroviaria excelente pero lo más izquierdoso y guay es oponerse a las líneas de alta velocidad. ¿Cuánto mejor las autopistas, verdad?
  • No queremos que falte la electricidad en casa, porque se nos caería la red wifi de la que ¡vaya! abominamos en el colegio de los niños, pero no aceptamos ni los molinos eólicos, ni el fracking, ni las nucleares, ni las térmicas, ni las de ciclo combinado, ni…
  • Desconfiamos de las investigaciones genéticas, que quizás sean lo más asombroso de los últimos cien años, hasta el punto de prohibir y aun destruir, las semillas modificadas que pronto necesitaremos para comer sin asolar completamente el planeta.
  • Los nuevos movimientos sociales, justamente enfrentados a deterioro económico y político, acogen como parte de su cambio a los antivacunas, que hablan arrobados de energía vital y autocuración, pero que en realidad amenazan con traernos de nuevo el dolor y la muerte que creímos dominados para siempre.
Lo peor es que detrás de esa ceguera “popular y fresca” pero incapaz de distinguir la tecnología de la magia (como ya nos avisó Arthur C. Clark) hay una corriente social profunda y, por eso mismo alarmante, que mueve no solo a esos movimientos, sino que contamina a buena parte de la sociedad y, sin duda a buena parte de la izquierda de siempre, salvo contadísimas excepciones.

Los izquierdistas de antaño no dudaron un momento de que la libertad vino de la mano de la ciencia y de la cultura, porque así fue. Ni tampoco olvidaron jamás que las herramientas de la tiranía eran justamente la superstición y la ignorancia. El abuelo que luchó para que a su barrio llegase la luz eléctrica no entendería hoy qué hace su nieto twitteando en el móvil un mensaje contra la vacuna que a él le permitió escapar de la polio, por ejemplo. Hoy, sin embargo, quien se resiste a la marea de todo lo que suene a alternativo contra la ciencia “oficial”, es visto como un reaccionario, cuando no como un sicario a sueldo de escondidos poderes en la sombra.

La gran paradoja es que la magia, que ha sido la herramienta más eficaz de la historia para oprimir a los hombres, ha conseguido entrar en la mente de millones de personas sinceramente preocupadas por construir un mundo más justo y mejor. Y lo ha hecho como un troyano, escondida precisamente en los productos y cachivaches que su enemigo secular, la ciencia, nos ha proporcionado a todos para hacernos más sanos, más fuertes, más felices pero…por lo que se ve, no más listos.


Si ha llegado a leer has aquí tal vez es que le ha interesado así que aprovecho para recomendarle a gente más inteligente que yo

http://naukas.com/

1 comentario:

Tomás Rosich dijo...

Muy bueno