En mi barrio hay un gran bulevar y en él, alguien diseñó un riachuelo artificial por el que el agua discurre saltarina, de escalón en escalón, hasta desembocar en una bonita alberca final. El rumor resulta agradable y, además, los servicios municipales mantienen tanto el estanque como el riachuelo impecablemente. Tres o cuatro veces al mes los operarios, vacían completamente el agua del sistema, limpian a conciencia las hojas y restos del fondo, y dejan todo como los chorros (nunca mejor dicho) del oro. Y ahí está el problema.
Aunque la limpieza es muy frecuente, en pocos días -horas incluso cuando hace viento- ese monumento a Sísifo vuelve a llenarse de restos, de hojas, ramitas, algún papel… que cubren el agua y, a las pocas horas, también el fondo.
Me apena ver el zafarrancho que montan operarios tan eficaces a sabiendas del poco tiempo que va brillar su esfuerzo así que he llegado a la conclusión de que no se trata de un elemento decorativo más sino que, a sabiendas de que iba a ser un barrio con muchas parejas jóvenes, alguien pensó que le venía al pelo un monumento a Sísifo, que es el patrono pagano de las personas con hijos pequeños y adolescentes.
La mitología griega asigna a Sísifo el castigo de empujar una gran piedra hasta la cumbre de un monte, desde donde ésta volvía a rodar hasta la base. El condenado debía así repetir el enorme e inútil esfuerzo una y otra vez, eternamente, como pasa en el estanque y con bastante probabilidad en muchas de las viviendas que se asoman a él.
La mitología griega asigna a Sísifo el castigo de empujar una gran piedra hasta la cumbre de un monte, desde donde ésta volvía a rodar hasta la base. El condenado debía así repetir el enorme e inútil esfuerzo una y otra vez, eternamente, como pasa en el estanque y con bastante probabilidad en muchas de las viviendas que se asoman a él.
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