martes, 13 de noviembre de 2007

Papá, dame una monedita para comprarme una historia

En el centro comercial hay una zona con caballitos de colores, aviones, coches, helicópteros...que funcionan con una moneda.

¿Por qué le gustan tanto? Me lo pregunto hasta el momento en que fijo con detenimiento en cómo está construido el caballito de fibra policromada. Con todo detalle, con su rienda de cuero, rodeado de otros animalitos y de un cactus. La niña me los señala como parte del juego. Ella sí los había visto desde el principio.

Solo se balancea un poco adelante y atrás mientras suena la música del Far West y el relincho mecánico del caballo. Suficiente para crear un minúsculo mundo de fantasía que le sirve a mi hija para contarse a sí misma una historia de aventuras, de galopadas al viento y de animalitos del desierto, todo en medio de un pasillo atestado de gente con sus bolsas y sus prisas.

Tres años. Tan pequeña y ya sabe contarse historias. El ser humano lo es sólo porque necesita crear narraciones. No sabe limitarse al mundo que tiene delante y no puede vivir sin imaginar otros mundos. Mundos tan ciertos como ese desierto por el que galopa el caballito que vive en el pasillo del centro comercial.

Una historia por un euro.

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