jueves, 22 de noviembre de 2007

¡Y un jamón!



No soy original si digo que vivimos una época en la que lo inmediato ha adquirido un valor social incuestionable. La gran consideración que en otros tiempos tuvieron la paciencia, la sabiduría o la constancia parece haber abandonado a estas añejas virtudes para mudarse a casa de la inmediatez.

Hermana de la prisa y compañera sentimental del éxito, la inmediatez se ha convertido casi en un requisito para que algo pueda merecer la estimación pública. No hay nadie, o muy pocos, dispuesto a esperar interminables plazos (de años y hasta de décadas) para reconocer a un profesional su valía, a un artista su talento o a un invento su importancia. Aquí lo que no se puede conseguir o juzgar enseguida no le importa a nadie.

Así ha sucedido por ejemplo, que la palabra YA, -antes simple auxiliar de nuestro lenguaje- ha progresado hasta adquirir un valor sustantivo y su mera invocación se juzga imprescindible y hasta suficiente para que aquello a lo que se refiera sea atendido al instante. Faltaría más. No hay manifestación pública en la que tan económico vocablo no tenga un protagonismo destacado. Lo mismo se trate de una reivindicación sindical, vecinal, política o de cualquier otra índole. Siempre estará allí, bien grande el inevitable ¡YA! Así, con admiraciones y -por supuesto- en mayúsculas.

No sé si esta fiebre por lo inmediato nació con el cacao instantáneo de nuestra niñez, o ya venía progresando desde el "casihuevo" de la postguerra pero es indudable que se trata de una verdadera pandemia de nuestro mundo.

Por si le cabía alguna duda vea usted -lector o lectora- la foto adjunta. Le anticipo que lo que anuncia es un plan de pensiones para que el cliente ahorre durante años y pueda así, en su jubilación, cobrar un complemento económico que le ayude a vivir más desahogado. Lo suscribe una importante compañía aseguradora y la campaña lleva varias ediciones por lo que supongo que algún éxito tendrá cuando insisten.

Para animarle a usted a ir cada mes apoquinando un dinerillo durante los -espero- muchos años que durará su vida laboral verá que no hay apelaciones a virtudes como el ahorro, la paciencia, la recompensa aplazada y demás gaitas. Tampoco se le ofrece como obsequio una joyita o un reloj, que vayan acompañándole durante su madurez. Tal vez una pequeña obra de arte, cuyo valor quizás pudiera incrementarse en paralelo con el de sus aportaciones al plan de pensiones (que bonito maridaje, aunque algo cursi -lo reconozco-)

No no. Aquí no se andan con bobadas a largo plazo, aunque el producto consista precisamente en eso. Lo que le ofrecen a usted es lo que mola, lo inmediato, lo guay, lo que mueve el deseo YA. Nada menos que un jamón (luego en la letra pequeña se aclara que es paleta de Jabugo, o sea que jamón jamón tampoco). Usted ahorre todos los meses durante el resto de su vida laboral y para que se anime a un esfuerzo tan prolongado le damos algo que habrá olvidado la semana que viene o la otra, dependiendo de su apetito y de sus dotes de anfitrión.

Si los clientes de planes de pensiones, a los que supongo trabajadores adultos y posiblemente de mediana edad, a lo que son receptivos es a la paletilla de Jabugo para hoy, no me extraña que mis hijos adolescentes ni siquiera puedan entender que en el instante mismo en que quieren algo no esté yo ahí, delante de ellos, para darles el dinero que precisan. Hasta el punto de que se contrarían cuando reclamo tiempo para bajar al cajero de la esquina a retirarlo.

Me hago viejo y no tengo plan de pensiones. Ni tampoco un jamón.

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